jueves, 13 de enero de 2011

OTELO I


Ésta es la primera de una serie de notas que me propongo publicar por aquí sobre el nuevo proyecto que enfrento como dramaturgo y es la versión personal y contemporánea de Otelo de William Shakespeare.
Una primera aparición de Yago ante el público explicitándose.


Yago: ¿Qué hombre del servicio conoce usted que empeñe lo mejor de sus fuerzas para satisfacer a su soberano y no aproveche su favorecida posición para beneficiarse a sí mismo? Si usted conoce alguno felicítelo pues merece unos tantos azotes por imbécil. En cambio, el otro, ése que se llena los bolsillos antes que mirar por la calidad de sus servicios y la buena complacencia de sus amos, ése junto a otros iguales a él conforman una raza a la cual pertenezco. No den por sentado que quiero el bien de mi señor. En este mundo nadie es lo que parece; y menos yo, que en absoluto soy lo que soy.

Con el sombrero en la mano, distinguidos señores nobles vinieron a pedirle que me concediera un merecido ascenso como teniente de sus tropas; y él amparándose en razones ignotas los rechazó. “Que ya había efectuado su elección” ¿Y sobre quién recae su capricho y terquedad? ¡Sangre de Dios! Sobre un aritmético, Miguel Casio. Un teórico de las ciencias militares que nunca ha estado en un campo de batalla ni ha conducido hueste alguna para maniobrar sobre el terreno. El ascenso no se obtiene por recomendación o afecto, sino por una parafernalia inventada que apodan “meritocracia”; no según el método antiguo en que el segundo heredaba la plaza del primero. ¿Qué demuestra mi dueño de la guerra con estas preferencias? Que su criterio es banal y tan acomodaticio a razones de snobismo, de prestigio superficial como vacía está la cabeza del orbe. Ciñe una corona investida de poder pero desposeída de sentido. Así va el mundo cuyas espaldas soportan un trono singular y deshabitado, un gigante jorobado, un atlas giboso que hace basa a un altar donde se venera a un dios ausente.

Juzguen, señores, si estoy obligado a querer al moro. Le sirvo para tomar sobre él mi desquite. No todos podemos ser amos, ni todos los amos estar fielmente servidos. Encarnicémonos con el moro, envenenemos su dicha, pregonemos su nombre por las calles y aunque habite en un clima fértil, infectémoslo de moscas.

Pero su casualidad me brinda así mismo la oportunidad. Se ha casado. Ese negro esta noche ha abordado un bajel pero de tierra; si la presa es declarada legal, se hace rico para siempre. Inflamemos de ira a los parientes de la dama; (ACCIONA LA CAMPANA) En el momento en que hablo, en este instante, ahora mismo, un viejo cabrón cornudo y negro está topetando a la oveja blanca. ¡Levántense, levántense! ¡Despierten al son de la campana a todos los ciudadanos que roncan; o si no, el diablo va a hacer de vosotros sendos abuelos! ¡Voto a Dios, señores! ¿Dejarán que cubra a vuestras hijas un caballero berberisco, que huele a chivo y aloe? Tendrán nietos que relinchen, corceles por primos y jacas por deudos. La dama, por su parte, se ha hecho culpable de una gran falta, sacrificando su deber, su belleza, su ingenio, su fortuna a un extranjero, vagabundo y nómada, sin patria y sin hogar. La niña blanca y el moro están haciendo ahora la bestia de dos espaldas.

APARECE OTELO POR EL FORO.