miércoles, 9 de febrero de 2011

Diálogo cortés entre Yago y Desdémona




ACTO SEGUNDO
Cassio.- Buen alférez, bienvenido. (A Emilia.) Sed bien venida, señora. –
Buen Yago, no te incomodes si llevo tan lejos mis maneras; es mi educación la que me impulsa a esta osada muestra de cortesía. (Besa a Emilia.)

Yago.- Señor, si os regalara con sus labios tanto como me da a menudo
con su lengua, ya os bastaría.

Desdémona.- Ay! ¡Pero si no habla!

Yago.- A fe mía, de sobra. Lo noto siempre que me entran ganas de dormir. Estoy seguro de que delante de Su Señoría pone un poco su lengua en el corazón y sólo rezonga con el pensamiento.

Emilia.- Tienes pocos motivos para hablar así.

Yago.- Vamos, vamos, mudas como un retrato en la calle, cascabeles en su propio patio y gatos salvajes en sus cocinas; si han de ofender, denunciar e
injuriar, ellas mismas son las santas; el diablo si son ellas las ofendidas, haraganas en los oficios del hogar y oficiosas en la cama.

Desdémona.-¡Oh, vergüenza de ti, calumniador!

Yago.- No, es la verdad, o soy un turco: entusiastas para el recreo y desmayadas para el trabajo.

Emilia.- Nunca te encargaré una recomendación por escrito.

Yago.- No, no me la encargues.

Desdémona.-¿Qué escribirías de mí si tuvieras que hacer mi elogio?

Yago.-¡Oh, encantadora dama! No me impongas semejante obra,
pues no soy más que un criticón.

Desdémona.- Vamos, prueba. No estoy de ánimo para juegos, pero… Veamos, ¿cómo haríais mi elogio?

Yago.- No pienso en ello; pero, a la verdad, mi inspiración se agarra a mi mollera como la cola de un lagarto; sale arrancando sesos y todo. Sin
embargo, mi musa está de parto y he aquí lo que da a luz. Si una mujer es bella e ingeniosa, belleza e ingenio son, el uno para usarlo, la otra para servirse de ella.

Desdémona.- En fin, ¿la refinada, bella e ingeniosa se dedicará a explotar sus gracias?

Yago.- El refinamiento consiste en la mejor fórmula probada para extraer de sus cualidades un beneficio.

Desdémona.-¿Y cuál ha de ser el beneficio que se extrae de la belleza?

Yago.- Evidentemente, el servicio del placer.

Desdémona.- ¡Como una meretriz!

Yago.- Yo no diría tanto. A las fechas que corren, la lujuria es un derecho inalienable.

Desdémona.-¿Y qué me dices de las castas virtudes del espíritu de una joven dama?

Yago.- La espiritualidad y desprendimiento de una joven dama serán aniquilados por su propia voracidad cuando se haga dueña de casa.

Desdémona.- No es un lindo elogio. Voraz, lujuriosa. Pero me concederás que sea inteligente.

Yago.- Si es menos bella que sabia, pues que se sirva de su ingenio para hallar un blanco que se acomode a su negrura.

Desdémona.- De mal en peor.

Emilia.-¿Y si es hermosa y necia?

Yago.- La que fue hermosa nunca fue necia, pues su misma necedad le ayudó a procurarse un heredero.

Desdémona.- Ésas son viejas paradojas para hacer reír a los tontos. ¿Qué miserable elogio reservas a la que es fea y necia?

Yago.- Ninguna hay a la vez tan fea y necia que no obtenga los mismos hallazgos que las bellas ingeniosas.

Desdémona.-¡Oh, crasa ignorancia! A la peor es a la que más elogias. Si elogio puede llamarse eso. Pero ¿qué halagos tributarías a una mujer realmente virtuosa? ¿A una mujer que, con la autoridad de su mérito, se atreviera justamente a desafiar el testimonio de la malignidad misma?

Yago.- La que siempre fue bella y nunca orgullosa,
que tuvo la palabra a voluntad y nunca armó ruido;
que jamás le faltó oro, y no fue nunca fastuosa;
que ha contenido su deseo, siéndole fácil decir: «ahora puedo»;
la que en su cólera, cuando tenía a mano la venganza,
impuso silencio a su injuria y despidió a su desagrado,
aquella cuya prudencia careció de la suficiente fragilidad
para confundir una cabeza de pescado por una cola de salmón;
la que pudo pensar, y nunca descubrió su alma;
aquella a la que seguían los enamorados y nunca miró tras sí;
ésa sería una angelical criatura, si tales han existido...

Desdémona.-¿Angelical criatura para qué?

Yago.- Para amamantar a varios hijos tontos y malgastar sus sesos en cosas banales.

Desdémona.-¡Oh, conclusión muy coja e impotente!

Yago.- La superficialidad es el nuevo pecado capital. No te zafarás de él tan fácilmente.

Desdémona.- No aprendas de él, Emilia, aunque sea tu marido.

Cassio.- Habla a su manera, señora. Te agradará más como soldado que
como hombre de letras.

Yago.- (Aparte.) La coge por la palma de la mano... Sí, bien dicho.
-Cuchichean... Con una tela de araña tan delgada como ésa, entramparé una
mosca tan grande como Cassio. Sí, sonríele, anda. Yo te atraparé en tu
propia galantería... Decís verdad; así es, en efecto... Si semejantes
manejos os hacen perder vuestra tenencia, sería mejor que no hubiereis
besado tan a menudo vuestros tres dedos, lo que os pone en trance de daros
aún aires de galanteador. ¡Magnífico! ¡Bien besado y excelente cortesía!
Así es, verdaderamente. ¡Cómo! ¿Otra vez vuestros dedos a sus labios? ¡Que
no pudieran servirte de mangueritas para un enema! (Suena una trompeta.) ¡El moro! ¡Conozco su trompeta!