miércoles, 23 de noviembre de 2011

PONENCIA SOBRE TEMAS Y PERSONAJES DE LA DRAMATURGIA VENEZOLANA DE HOY

21 de noviembre de 2.011
FORO SOBRE LOS PERSONAJES Y TEMAS QUE HABLEN AL TIEMPO DE HOY. CIUDAD TEATRO. CARACAS. FESTIVAL DE TEATRO DE CARACAS

Entiendo que el asunto de esta reunión es hablar de los temas y personajes que se asoman con mayor frecuencia en las tablas de los escenarios venezolanos y si esos mismos temas y personajes tienen arraigo, tienen efectividad, le dicen algo al público de hoy. Creo que es un trabajo para un cronista o un crítico. O será más bien para que los modestos creadores, que aparecemos con menos frecuencia en las tablas venezolanas, digamos lo que pensamos que “deben ser” los personajes y temas que le hablen al tiempo de hoy, como reza el título del debate. Entre paréntesis, éste será un debate sólo nominalmente porque las convicciones de cada uno no se exponen a ser cambiadas ni debatidas en este contexto, el menos indicado para la reflexión. Y menos cuando a todos se nos pidió que elaboráramos unas cuartillas para hacer el encuentro más expedito. Otro paréntesis, cuartillas que estoy llenando con esta digresión.

Retomo y digo que lo que yo creo que “debe ser” no es precisamente lo que me sale cuando me pongo a llenar cuartillas en blanco. Los personajes surgen, después de un estudio que tratamos de hacer minucioso, de pensarlos, retratarlos, dotarlos de sus tres dimensiones como en la escuelita, física, psicológica y sociológica; pero el personaje siempre termina por ser quien quiere realmente ser. Un autor puede fijar, puede precisar, elegir, unas ciertas características que ha visto, que ha leído, que ha distinguido en gente que conoce, en cosas que pasaron, en textos que ha consumido, o en la pura imaginación concebidas. Pero aspira a que un ente dinámico, un actante dentro de una trama las represente, se vean concretadas y encarnadas. Y esas señas, o características no están inmóviles, porque el movimiento es la esencia de la vida y los personajes tienen que cambiar. Resistirse a eso es como negarles la respiración. El personaje estará tan vivo como el autor. El autor aspira a que su personaje esté completo en su complejidad como una persona más.

Nuestros cálculos muchas veces son de poca utilidad. Hay una cierta autonomía en el personaje que se resiste a depender de mis intenciones. Depende, más bien, de su inmersión en un mundo previo a él., el mundo de los valores del colectivo, lo que Foucault definió como el ámbito del discurso dominante y esas cosas. Es necesario entonces que el personaje dialogue con su público. Entonces es que terminamos de saber cómo era aquel ser que imaginamos parcialmente y luego lo vemos hacerse realidad en el cuerpo de un actor y entonces del cotejo con lo que entendió el otro, como una especie de diálogo con el intérprete se puede hablar de un personaje.

Cada época de la dramaturgia ostenta una categoría de personajes que va en consonancia con el concepto de hombre o de mundo que se maneja como ideología contemporánea. Así, en la época de los griegos, los personajes transitaban un mundo gobernado por dioses y determinado por el destino; un mundo contingente al que había que oponer virtud en forma de equilibrio, mesura, prudencia, continencia, sabiduría. Y para los medievales los personajes se dedicaban a sobrevivir, en base a divertidas picardías y arrestos de misticismo porque su concepción del mundo era estática, el peso de la divinidad condenaba al hombre a la resignación en su estatus de agonista, de criatura modesta y sin aspiraciones cuyas escapadas son fantásticas, rocambolescas o místicas. Para Shakespeare y visiblemente para Marlowe los personajes correspondían a la idea Maquiavélica de un burgués en capacidad de conquistar sus logros vitales. Es lógico porque con el Renacimiento y el Humanismo, la del hombre inventor, emprendedor, descubridor, productor de conocimiento y con conciencia moderna de sus contradicciones era la imagen en la palestra. Son ejemplos, no más.

Quizás esa cualidad de imprevisibles que alcanzan los personajes en nuestra época tenga que ver, más que con la Teoría del Caos, con el hecho de que podemos ver los personajes del pasado desde una cierta distancia y considerar lo que el público, durante cierto tiempo, ha hecho de ellos. Cosa que aún no le ocurre a nuestras creaciones que están todavía por nacer. Además de que la ideología dominante en nuestro tiempo se nos hace tan cercana que no la podemos apreciar por falta del debido campo visual necesario. Sobre esto, me permito decirles que tengo una obra cuyo primer lector fue, el maestro recientemente desaparecido Isaac Chocrón, se trata de Un corrido muy mentado y a mí me sorprendieron las observaciones que sobre mi protagonista hizo ese decano de la dramaturgia venezolana. Discutiéndome el título y sobre todo elogiando la teatralidad del personaje femenino,(sic)“que resultaría irrechazable para cualquier actriz que lo leyera”, dixit. También recuerdo que me conversó sobre la debilidad de la reacción final de la señora ante la noticia de la muerte de su hijo, me abrió los ojos a la posibilidad de expresar un dolor muy grande de cuya efusión yo había previamente decidido abstenerme. En realidad yo no sospechaba la magnitud que alcanzaría en la mente del otro, del lector, del espectador el drama de aquella señora pobre y decente que a la vez era cómplice de los desmanes de un hijo malandro. Isaac me estaba hablando de una persona casi que de carne y hueso.

Una clave para saber hacia dónde enfilar nuestros personajes es una verdad de Perogrullo que consiste en que al venezolano le gusta verse representado en pantalla y en escena. Gusta de presenciar testimonios sobre su autenticidad, su originalidad, su especificidad como individuo dentro de lo social. Y sólo dentro de ese contexto verosímil de nuestra identidad estará dispuesto a aceptar el corrosivo efecto crítico que es obligación del dramaturgo introducir en el evento teatral. O somos de verdad o no estamos cumpliendo con la subversión encantadora de nuestro arte.

Los venezolanos estamos metidos en medio de una corriente de cambios sociales y políticos que producen tensión. Nuestros personajes deben representar a ese individuo en crisis de identidad, de intereses, siempre acechado por la posibilidad de la barbarie, del materialismo, de la disolución de nuestra esencia como sociedad.

Si es lo que me preocupa como tema, yo he de insistir con mi discurso acerca del exacerbado materialismo que nos caracteriza como sociedad hoy y que produce, en ausencia de un componente espiritual, la disfunción como cohabitantes del país. Es un tema infinito y de alguna manera moralizador. Pero mi formación es muy católica y a la vez muy familiera y no me ruboriza exponer en obras de teatro mis aspiraciones a una humanización profunda de nuestras relaciones. El asunto es complicado porque la realidad es agresiva, hostil, y nosotros tenemos nuestras limitaciones físicas, psicológicas, nuestros prejuicios, nuestras convicciones que funcionan irreflexiva y automáticamente y no de forma sopesada y responsable. El carácter, que fue la palabra para designar a los personajes que usó Aristóteles, además de significar un trazo o un rasgo relevante, según Harold Bloom, también se refiere a la forma habitual que tienen los personajes de enfrentar los problemas de la supervivencia, es decir, a una cierta ética. He ahí la razón de un conflicto interesante para desarrollar en obras de teatro. Tiene un componente cultural, como se ve, pero también psicofísico. En síntesis: “¿Cuál es la forma habitual y trascendente dentro de la cultura, que tienen los venezolanos de enfrentar los problemas de la supervivencia?”. Eso los hace personajes. Y miren que nuestro estilo para resolvernos el día a día parece cada día ser más tremendo… Allí, una razón para el debate.

Siempre he aspirado a retratar a un venezolano con problemas éticos: un hombre o mujer que sintiéndose en la periferia o completa ausencia del Estado actúa automáticamente como un outsider, un marginal que conspira contra su propia comunidad. Y no tiene que tratarse de gente del más bajo estrato social, se trata de gente del más bajo estrato moral o que ni sospecha que hay unos estratos, que no visualiza siquiera una estructura del colectivo. Un individuo que ignorante de lo social se transforma en agresor de lo social. Será un personaje muy próximo a nuestra realidad. Eso, insisto, luego deberían dilucidarlo los críticos.

La disolución de nuestro modo colectivo de resolver los problemas es la aniquilación de nuestra cultura, reitero. Es sucumbir ante la barbarie. Aquí debo aclarar, la literatura republicana del país se forjó a partir de los conceptos tardíos de romanticismo: navegado como el vino europeo, recalentado y cocido, totalmente alterado y hasta descompuesto en la mesa criolla. Existe una tradición en nuestra literatura que tipifica la resistencia del medio, del material objetivo, una especie de parálisis que va afectando hasta a las instituciones y que imposibilita la empresa del espíritu protagónico, el progreso, la aventura, la sensibilidad, la felicidad… Ese opositor se caracteriza por lo oscuro, lo salvaje, lo brutal, lo ramplón, lo avaro, lo torpe, lo violento, lo corrupto. Miren Doña Bárbara, miren Ídolos Rotos, miren Cubagua y otras mil novelas y otros cuentos. Una tradición que opone el pensamiento progresista (del verbo pensar) a la acción irreflexiva y canallescamente interesada. Por ahí van los tiros, les acabo de contar la trama de mi próxima obra.

¿De dónde provienen los temas?, pues de lo que nos rodea y de su capacidad de afectarme como ser pensante. Yo estoy en permanente diálogo con otros dramaturgos que voy leyendo o espectando, películas, la farándula, personajes públicos, tipos de gente. Primero las conversaciones serias con mi hermana, Xiomara Moreno, que se imaginan son de una cierta intensidad y riesgo, lo que escribió un amigo dramaturgo, lo que puso en escena César Rojas, otro amigo aquí presente, lo que trata de comunicarnos el cine nacional, institucionalizado o independiente, las últimas crisis económicas y sociales en Europa, la última travesura de Chalbaud y su acólito Gilberto Agüero, los chismes, lo que se logra pescar en las repetidas ferias del libro, de entre tanta autoayuda y falaz hipocresía.

Yo no sé si eso le habla al público de hoy, que reitero está más interesado en problemas de la desintegración de la pareja tradicional con todo el tremendismo sexual y superficial característico del teatro de boulevard, quiero decir, comercial. Ahí es donde yo no pretendo competir. Aunque a veces me resigno también sí a dialogar.

Sobre esto último, e l maestro Gilberto Pinto divide la historia de los temas de nuestro teatro entre los años setenta y ochenta como el teatro de la cintura para abajo, y llama a la reflexión para que hagamos un teatro de la cintura para arriba. Pero esa severidad parece demasiado parcial y no podemos quitarle al teatro su atractivo componente orgánico, subversivo y antidogmático. Yo me inclino esquivando la vulgaridad del dicho por pensar también en la cintura para abajo pero desde la cintura para arriba.

JAVIER MORENO