martes, 13 de marzo de 2018


Baudelaire y la Belleza.
Cohetes. Diarios íntimos. Traducción de Rafael Alberti.

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XVI

He encontrado la definición de lo Bello, de lo Bello para mí. Es algo ardiente y triste, una cosa un poco vaga, que abre paso a la conjetura. Voy, si se quiere, a aplicar mis ideas a un objeto sensible, por ejemplo, al objeto más interesante de la sociedad:  a un rostro de mujer. Una cabeza seductora y bella, una cabeza de mujer, digo, es una cabeza que hace soñar a la vez – pero de una manera confusa- en voluptuosidades y tristeza; que arrastra una idea de melancolía, de lasitud, hasta de saciedad – esto es, una idea contraria, o sea un ardor, un deseo de vivir, asociado a un reflejo amargo como procedente de privación y desesperanza. El misterio, el pesar son también características de lo Bello. |

Una hermosa cabeza de hombre no necesita arrastrar, a los ojos de otro hombre, claro es – pero quizás sí a los de una mujer – esta idea de voluptuosidad, que en una cara femenina es tanto más atrayente cuanto más melancólico es el rostro. Pero esta cabeza contendrá además, algo triste y ardiente: deseos espirituales, ambiciones oscuramente rechazadas, la idea de una potencia rugiente y sin empleo; algunas veces, la idea de una insensibilidad vengativa (porque no debemos olvidar el tipo ideal del “dandy” al hablar de esto): algunas veces también, el misterio,  siendo ésta una de las características de belleza más interesantes; y en fin (para tener el valor de declarar hasta qué punto me siento moderno en estética), la desgracia.  Yo no pretendo que la Alegría no pueda asociarse con la Belleza, pero digo que la Alegría es uno de sus adornos más vulgares, mientras que la Melancolía es, por decirlo así, su ilustre compañera, llegando hasta el extremo de no concebir (¿será mi cerebro un espejo embrujado?) un tipo de Belleza donde no haya Dolor. Apoyado sobre – otros dirían obsesionado por – estas ideas, pienso que me sería difícil no llegar a la conclusión de que el tipo más perfecto de Belleza viril es Satanás, - a la manera de Milton.
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[del XVII]

Los aires encantadores que conforman su belleza son:                            
El aire cansado,                                                              
El aire aburrido, 
El aire vaporoso,                                                                                              
El aire impúdico,                                                                                             
El aire frío,                                                                                                         
El aire concentrado,                                                                                   
El aire dominador,                                                                                       
El aire voluntarioso,                                                                                
El aire travieso,                                                                                       
El aire enfermizo,                                                                                    
El aire gatuno, infantil, de abandono y malicia mezcados.

sábado, 10 de marzo de 2018

Baudelaire, Charles. Cohetes. Diarios íntimos. Traducción de Rafael Alberti
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… El amor es el gusto de la prostitución, no existiendo placer elevado que no pueda conducir a ella.
En un espectáculo, en un baile, cada uno goza de los demás.
¿Qué es el arte?  Prostitución.
El placer de estar entre las multitudes es una forma misteriosa del goce de la multiplicación del número.
… La embriaguez es un número.
…El amor puede derivar de un sentimiento generoso: el gusto de la prostitución; pero bien pronto lo corrompe el gusto de la propiedad.
El amor quiere salir de sí, confundirse con su víctima, como el vencedor con el vencido, y conservar, sin embargo, privilegios de conquistador.
Las voluptuosidades del chulo participan a la vez del ángel y del propietario. Caridad y ferocidad. Ambas son independientes del sexo, de la belleza y el género animal.
Las tinieblas verdes en las tardes húmedas del verano.
...

III
…ya escribí en mis notas que el amor se parecía mucho a una tortura o a una operación quirúrgica… Aunque ambos amantes estuvieran muy enamorados y muy llenos de deseos recíprocos, uno de los dos estará siempre  más tranquilo o menos poseído que el otro. Aquél o aquélla es el operador o el verdugo; el otro es el sujeto, la víctima. ¿No escucháis esos suspiros, preludios de una tragedia deshonrosa, esos lamentos, esos gritos, esos estertores? ¡Quién no los ha proferido, quién no los ha arrancado violentamente? ¿Y qué es lo que encontráis peor en esos cuidadosos torturadores? Esos ojos de sonámbulo convulso, esos miembros cuyos músculos saltan y se atirantan como bajo la acción de una pila eléctrica.; la borrachera, el delirio, el opio en sus más furiosos efectos  no os podrán ofrecer más horrible y curioso ejemplo. Y el rostro humano, al que Ovidio creía modelado para reflejar los astros, he aquí que sólo tiene ya una expresión de ferocidad loca, o se distiende en una especie de muerte. Porque yo creería cometer un sacrilegio aplicando la palabra “éxtasis” a esta especie de descomposición.
¡Espantoso juego, donde es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí mismo!
Una vez preguntaron delante de mí en qué consistía el placer más grande del amor. Alguien respondió naturalmente: en recibir; y otro: en darse. –Aquél dijo: placer de orgullo; -y éste: voluptuosidad de humillación. Todos estos indecentes hablaban como la Imitación de Cristo- Al fin, se encontró un impúdico utopista que afirmó que el placer más grande del amor era el formar ciudadanos para la patria.
Pero yo digo: la voluptuosidad única y suprema del amor estriba en la certidumbre de hacer el mal. El hombre y la mujer saben, desde que nacen, que en el mal se halla toda voluptuosidad.


VI

… Amamos a las mujeres cuanto más extrañas nos son. Amar a las mujeres inteligentes es un placer de pederastas, pero la bestialidad rechaza la pederastia.

El espíritu de burla puede no excluir la caridad, pero es raro.

Emplear el entusiasmo en cosa distinta a las abstracciones, es un signo de debilidad y enfermedad.

La delgadez es más desnuda, más indecente que la gordura.


IX
… A propósito del sueño, aventura siniestra de todas las noches, puede decirse que los hombres se duermen diariamente con una audacia que parecería incomprensible si no supiéramos que es el resultado de la ignorancia del peligro.

XI
Esos bellos y grandes navíos, imperceptiblemente balanceados (pavoneándose) sobre las aguas tranquilas, esos robustos navíos con aire perezoso y nostálgico, ¿no nos dicen en una lengua muda: Cuándo zarpamos para la felicidad?

XII
… Lo que es ligeramente deforme, parece insensible (difícil de percibir, sic.). De donde se deduce que la irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa, lo asombroso son una parte esencial y característica de la belleza.

XIII
… Por cada carta de un acreedor, escribid cincuenta líneas sobre un asunto extraterrestre (ultraterreno, sic) y os sentiréis salvados.

XIV
Buscar el pasaje: “Vivir con un ser que no siente por uno más que aversión.”
El retrato de Serene, por Séneca. El de Stagire, por San Juan Crisostomo. La acedía, enfermedad de frailes. El Tedium vitae.


XV
… Goces espirituales y físicos causados por la tormenta, la electricidad y el rayo; toque de alarma de los recuerdos amorosos, oscuros, de los años pasados.

XVII

… Dos cualidades literarias fundamentales: supernaturalismo e ironía. Penetración individual; aspecto que toman las cosas ante el escritor; darle, luego, un giro satánico. Lo sobrenatural comprende el color total y el acento, es decir, intensidad, sonoridad, limpidez, vibración, profundidad y resonancia en el tiempo y en el espacio.                           
Hay momentos de la vida en que el tiempo y el espacio son más profundos y el sentimiento de la existencia infinitamente mayor.            
 …  La inspiración viene siempre que el hombre lo quiere, pero no se marcha cuando él lo desea.                                                                            
En ciertos estados de ánimo casi sobrenaturales, la profundidad de la vida se manifiesta por entero en el espectáculo que miramos, por muy vulgar que éste sea. Se convierte en el símbolo. 
Como al atravesar el Bulevar lo hiciera casi precipitadamente para evitar los coches, se me desprendió la aureola, cayéndose en el barro del asfalto. Afortunadamente, pude recogerla a tiempo. Pero la idea de que esto era un mal presagio se me metió un poco después en el espíritu; desde entonces, no ha querido abandonarme, ni concederme un minuto de descanso en todo el día.