la golpista

LA GOLPISTA




Yo lo conocí malparado en una acera, con los zapatos sucios, las manos llenas de grasa y el consabido carrito Monza accidentado en el hombrillo. Pero con una apostura, una seguridad en sí mismo, que después me he dado cuenta que se trata es de su total inconciencia, y una sonrisota de vendedor de cepillos que me resultó irresistible. Y con una miradera... que me sacó de mi sobriedad habitual. Poco me importó que ya a los cinco minutos me había contado la historia de su vida y de su presumiblemente falso divorcio, de una mujer que no lo comprendía. “Una bruta, una insensible”.

Esa fue su presentación, no quejarse, porque, a él, el infortunio le resultaba blando, pero que su perdición eran las mujeres, y por ahí se fue a echarme la caballería y me atacó, y me atacó con toda la galantería que su limitado cerebro podía concebir. Y yo, contra toda esperada reacción, le presté atención... y me jodí.

La gente siempre se equivoca. Creen que porque una no es tan tierruíta; porque tiene estudios y algo de dinero; porque se puede pagar un salón de belleza a la semana; porque tiene sueldo fijo y algunos extras; porque una le ve el queso a la tostada; que por todo eso una es la mala de la película. Es que a una mujer así los envidiosos ya la ven como una pervertida, ¿pervertida de qué? A ver.



Él había pasado por una relación traumática, eso lo entendí, o fue lo que quise entender y a esas alturas del partido los ojos me titilaban como si me estuvieran haciendo algo, no sé, una hechicería, un encanto. El caso es que él me levantó, pero yo a él me lo levanté a conciencia, yo creo en eso de que una ya está suficientemente crecida como para elegir el mejorcito cuerpo con quien pasar las noches de lujuria o de simple y convencional intimidad.




El problema está es ahí. En la intimidad. A esos hombres les importa tan poco tu comodidad..., tu conformidad contigo misma..., tú forma de sentir, tus aspiraciones o tus mañas, eso que llaman tu mundo interior, y no es que te desprecien la profundidad de la relación que tú les ofreces, es que ni siquiera sospechan su existencia. Y creen que la intimidad es cepillarse los dientes frente tuyo. Y bueno, yo tampoco estoy tan loca como para esperar esa clase de comprensión de una relación que no es más que un levante.

Pero ese canallita estaba tan bueno... Físicamente, nada de particular, pero sin vainas que hay gente encantadora y él era parte de ese regalo de la divinidad. Aunque por dentro pensaba como cualquier vecino, cualquier envidioso, cualquier junta de condominio. Bueno, el tipo me encantaba, comenzamos a salir, ¡en mi carro, por supuesto! Visitar hoteles baratos, restaurantes malos, discotecas, una playita ahí mismo. Haciendo campaña. Haciendo méritos. Una cosa rara, cada vez que llegábamos a un sitio, un cine, un cafetín, a visitar un enfermo, hasta en los parques, él iba y enchufaba el cargador del celular. ¿Sería que en su casa no había corriente? Y un día se me declaró en serio y yo de pendeja me lo llevé a mi casa.

¿Y? ¿Qué pasa? Eso se usa. Ahora una lleva pa´ la casa. Te apuesto que si una se deja trasladar como un coroto para casa de él, ahí sí no le ven el problema, pero como una es mujer…

Se instaló sin que yo lo invitara siquiera. Pero eso sí, se venía sólo los fines de semana, llegaba impecable con un bolsito de sereno, como yo le digo. Con su radiecito transistor y sus cambios planchaditos, sus condoncitos, como si su mamá lo mandara para la escuela. Por supuesto eso me hacía pensar que todavía tenía a la otra, para que le lavara, planchara y remendara. Mejor para mí.

(CASI EN SECRETO) No sé si afortunadamente, pero, la verdad es que yo nunca puse mis manos sobre una olla, mucho menos sé lo que es una batea. Mis manos, inocentes. Ni siquiera una noche en que mi mamá tenía cólicos, me digné a hacerle un tesito de anís estrellado. Para eso estaban los otros, la cachifa, una tía vieja. ¿Yo? La niña de los ojos de mis papis. Soy como una robocop, una criatura, una frankenstein.

Yo a mis amigas no les podía presentar a mister simpatía, más que como una travesura. “La última ocurrencia de la Nena.” Y tiempo no tenía ni para echarle un barnicito de modales, conocimientos y urbanidad. Lo dejamos así, puramente cama, saliditas casi secretas, amanecidas un poco aburridoras y mucha actividad corporal.

(ENTRE SUSPIROS) ¿Un souvenir para la eternidad? Anochecer en Chirimena, el calor de playa, el viento que me arrancó la pantaleta del talón donde la tenía precariamente sostenida. Luego una visión, aquel despojo de licra que se arrastraba por la arena y el ventarrón lo llevaba como un barco de vela hacia el mar y, el ampliado compartimiento de atrás de la camioneta Pasthfinder. Y la gorra del policía que se acercó para detenernos por comisión de actos indecentes en la vía pública. Y mi negro preso sin camisa, por falta de respeto a la autoridad, con las orgullosas marcas de mis sandalias impresas en cada hombro.

Ya ustedes estarán pensando vainas mías,... porque escuchan lo que tiene que decir esa institución nacional que se llama el fracaso. Pues lo siento por ustedes, se conforman con lo menos. Cambio de carro a pesar de como van las vainas, los tengo así, a sombrerazos, Todos los viernes instaladísima en una barra con amigotes, y le cambié el piso al apartamento, al de la playa, ayer regresé de un viaje por el norte de Europa...

Yo me quemé las pestañas, y nadie nunca me respetó, y me tenían de secretaria uno en un escalafón de dieciocho y bastante que se limpiaron el chiquinei con mis títulos y mis “meritorios esfuerzos”. Hasta que me harté, me avispé y se jodieron conmigo. Aunque todavía quiero reivindicar mi total derecho a pasar por la víctima de este cuento.

Pues el hombre me llegó todo rasguñado,... (“la otra se hartó”, pensé) una tarde y me dijo “se acabó”. Y no quiso salir más de mi apartamento. Que se estaba repotenciando, que estaba redimensionando su vida para un relanzamiento, y después dicen que Madonna no tiene efecto en nuestro mundo, gueboncita ella. Él “que le tuviera paciencia”; y ni medio para los gastos y ni un pequeño esfuerzo para levantarle el mueble a la cachifa cuando ella estaba trapeando la casa. No pichaba, no arrimaba una para el mingo. Me empecé a desesperar.

Pero la cosa se empezó a poner seria el día en que tras una serie interminable de preguntas que yo le hacía, “que si ¿tú me quieres, papi?” jugando, tú sabes(de todos modos eso nunca me lo respondió. “Papi, ¿estoy gorda?” Una cosa que tanto nos divertía. Y de pronto él me mira con sus ojotes encendidos y detrás de esas llamas, como con un resentimiento en el fondo, dice con voz de barítono profundo “Sí, sería bueno que perdieras unos kilitos, chica.” Yo empecé a sentirme como... despojada, como expropiada como si yo desnuda anduviera por la vida sólo cubierta por la manta digna de la cortesía y este zángano me la había pisado y arrancado de un jalón.

Un ultraje. Se lo hice saber, mi molestia con esa respuesta que yo no esperaba tan en serio, pero no me expresé verbalmente. Suspiré y me dediqué a hacerle amargos los momentos más pequeños de su cómoda existencia. Los que distraídamente dejaba él pasar como si no valieran. Ésos yo se los picaba en cuadritos. No las grandes escenas, ni las efusiones de sentimiento y placer, eso no. El café tibio por la mañana. El agua fría porque se agotaba la del calentador. El control remoto de la tele que se perdía. Un botón despegado, una camisa arrugada, una trenza del zapato rota... poco a poco nuestra vida se iba volviendo un infierno.

Era una relación que se deterioraba aceleradamente y yo con la pata en la chola, quizás hasta sin quererlo. Pero él se mostraba tranquilo. Yo lo entiendo, después de todo ésa sería la calidad de vida a la que él estaba acostumbrado. Pero no. La procesión andaba por dentro. En un segundo momento era que le daban unas angustias y pasaba el día en un solo pujito. Como si lo único que lo consolara eran unas buenas sobas con aceite alcanforado y a eso, ya lo he dicho, yo no me voy a resignar.

Finalmente la cosa estalló de la forma en que yo menos esperaba. ¿Por qué la realidad será tan aguafiestas? Tú te preparas de alguna manera para un desenlace de cierta altura, con fondo musical y todo y te vienen con esas patas quebradas.

Un día me trajo una niñita como de siete años para que le comprara la lista de útiles escolares y en una primera discusión que tuvimos, me gritó, como en una película gringa, “Me voy a dormir al sofá”. Yo estaba concentrada en mi maquinita, la lab top y la suelto, y... “¿Qué sofá? ¿Qué sofá, chico? ¿Tú crees que yo te tengo aquí como un diploma, no más para que me representes?”, salto como una tigra. Yo estaba irreconocible y él alzó la mano, yo no sé, como para pedir taima y yo le dije “ayayay, mi negro” y lo agredí con una olla carísima que sólo uso para protestar contra el gobierno. Con el tiempo me he dado cuenta de que ese fue un acto político en serio. Una cosa trascendental.

Pero no crean que eso bastó para que abandonara el apartamento. Al día siguiente, con su morado en la sien, porque lo pelé, y un poporo en el pómulo, era el mismo ser genial y chispeante de antes. Pero ya el mal estaba hecho y yo estaba decidida a salir de él a como diera lugar. Una noche reunida con unos amigos, en medio de la jarana, y arrastrando la mala leche que me inspiraba saberlo durmiendo a pierna suelta en mi cama, organicé una toma de mi propia casa en compañía de todos los asistentes al bar. Hicimos una demostración impresionante, todos me acompañaban en su solidaridad y su entusiasmo por la fiestecita que prometía acontecer en mi residencia. Era una cantidad enorme de gente y... con el lema “Hacia el rancho de Misia Jacinta”, así se llama el edificio donde yo vivo, nos presentamos allá.

¿Qué se le ocurrió hacer a mi energúmeno privado, al que me tocó en suertes en esta rifa fraudulenta que es la vida? Bombardear a los invitados desde el balcón con el equipo de sonido, los componentes de mi computadora, un televisor chiquito para la cocina y botellas y botellas de vino vacías. Se imaginan el reguero y el desastre y hasta heridos hubo. Y los vecinos quejándose. Dentro de todo yo me moría era de la pena, y él pobrecito se estaba luciendo, le sacó un cuchillo a una amiga y pechereó a Ronald, otro pana de la casa, hasta me sorprendió que defendiera con tanto coraje lo que había sido un nidito de amor. Por cierto, como pude subí a mi casa y lo encontré jorobado como un mono, lo agarré por el pelo, por los chicharrones esos que él se deja larguitos aquí atrás, como un peinado de los ochenta, ¿Ustedes se acuerdan de Lionel Richie? Y le dí un solo templón: ¿Tú te das cuenta de lo que estás haciendo?
Casi me deja esos “crespos” en la mano.
Se quedó asombrado. Los ojos se le iban a salir de la cara con la pura furia, chica. Como una maquinita de Pim Ball, poco faltó para que una palanquita le echara los ojos para afuera. Así me estaba mirando. – Ay, mija, ahora sí que soy difunta. Tenía la cara era de asesino. Para hacerlo reaccionar le dí una sola cachetada. –Toma, pa que respetes, no joda!

Cachetada la cual aceptó. La mano me quedó rojita, ruborizada. ¡Un momento! (SE DIRIGE ABIERTAMENTE AL PÚBLICO) Dicen que aquí hay un error de sintaxis. Pero yo creo que es de semántica. Por el uso de “la cual”. Me disculpan la digresión pero voy a opinar sobre gramática, gramática de la violencia. Aparece un general de tres soles y anuncia al país (VIDEO DEL GENERAL DE DIVISIÓN LUCAS RINCÓN ANUNCIANDO LA RENUNCIA DEL PRESIDENTE, SEGUIDO DE LA PROYECCIÓN DE UNA FRASE “SE LE SOLICITÓ LA RENUNCIA DE SU CARGO, LA CUAL ACEPTÓ”. ELLA INDICA SOBRE LA PANTALLA) que se le solicitó al interfecto la renuncia de su cargo, se le presentó repetidas veces la renuncia, “la cual aceptó”. Y van los cínicos del mundo y se ríen, que qué vergüenza. Pues no. La expresión es correcta. Es una frase explicativa introducida por un antecedente explícito, es decir, la cachetada, la renuncia, y a continuación se abunda mediante la expresión la cual en la información la aceptó, el susodicho la aceptó. Hasta ahí, la sintaxis está correcta, vale. No abusen. (CESA EL VIDEO)
El problema es la semántica. ¿Cómo es eso de que “él aceptó la cachetada, como el derrocado aceptó la renuncia”? Si tú me das una cachetada, yo desgraciadamente la recibo, no la acepto, hay cosas que no se aceptan, se captan resignadamente. Si tú me la estás pidiendo, solicitando y yo te la doy, no es que la acepté sino que te la concedí, lo que tú me pides. Ahí está la diferencia, ahí está el accidente. Y un accidente así en boca de un general de tres soles, ¡chamo! Yo prefiero un mundo con generales de tres soles sin problemas de semántica. (GUIÑO AL PÚBLICO) ¡Estos dramaturgos!

Se dio media vuelta y corrió hacia el baño. Yo lo seguí ofendida. Me le fui atrás a tumbarle la puerta. “Algún día vas a salir de ahí. Te vas a comer las alfombras”. Se encerró y me rompió toda la porcelana allí dentro, la poceta, lavamanos, bidet, Hasta las locitas de las paredes, el espejo, todo. Y por debajo de aquella demolición se escuchaban sus palabritas “quedo, quedo”. -Lo estoy haciendo por nosotros, por no pegarte, grandísima pajua. Así me dijo.
- Yo estaba protegiendo lo nuestro.
- ¡AH! ¿Lo nuestro? ¿Pero es que él pensaba que algo en ese apartamento era de los dos, que había una propiedad compartida? Eso de la propiedad comunitaria o qué? ¡Lo nuestro!¿Y qué forma de proteger los bienes era esa, destruyéndolos o botando la casa por la ventana? Yo llamé a la policía: que tenía a un invasor enloquecido en la casa y que mejor se lo llevaban antes de que se desencadenase una tragedia.

Vinieron por él, se lo llevaron a prisión, pero en menos de tres días, no sé cómo, en menos de tres días, tiempo en el que me dediqué a ser irresponsablemente feliz (ni siquiera me rasuré las piernas), y a tomarme todo lo prohibido, de algún modo tenía que llenar ese vacío de poder. Y pasé horas viendo comiquitas, Tom y Jerry; y al cabo de mi tercer banana split y mis compoticas de cambur, él volvió a llegar, como si no hubiera ocurrido nada, sonriente, apaleado, yo diría que hasta humilde, si ese sentimiento, si esa calidad del espíritu a él le fuera accesible. Me miró a los ojos, cuan profundamente pudo, que es poco y con una medallita de la Virgen del Carmen apretada entre estos dos dedos, síntoma de arrepentimiento enfático, me prometió que volveríamos a ser felices. Y que ninguna de mis estrategias para librarme de él sería necesaria. “Never more,” dijo. “Any More”

¿Y yo? Yo no tenía energías, ni reservas, ni fuerza mental para reponerme de esa sorpresa. ¡Tres días y ya pretendía olvidar el destrozo! Me agarró débil y embobada con las descargas de glucosa que eran mi dieta libertaria. Sí, uno dice, ¿quién te manda a tratar con gente conflictiva, con ese género de psicópatas, marginales desadaptados? Pero no me sirve. Si yo te lo presento, te quedas de rodillas trémulas. Se te aflojan las ligas y te vende una parcela en Nueva Casarapa, sector cinco. Él es así yo que te lo digo.

Pobrecito él, ¿verdad? Pero tienen que entender que no es fácil vivirse a una mujer como yo Entiéndase: un resuelve es un resuelve, no te vas a quedar para siempre en mi casa, que por más que sea, esas rotundidades, esas bonanzas físicas, se acaban, y la novedad de los sentidos tiene fecha de caducidad; es como la leche piche, luego
que hay que botarla. El tiempo las vence. Lo que adecuadamente me toca a mí no es esa caricatura de hombre. Es un señor con todas las de la ley. Un señor, chica.

Pero es que hasta en la pelea misma ése hombre me tiene seducida, seducida y molesta, es un vaivén, una vaina, molesta y embobada, embobada y arrecha, arrecha y apasionada, apasionada y ofendida…..
No puedo más. Ustedes van a creer que estoy pensando con la…….(hace la señal que indica sus partes pudendas) una picadita de ojos y pácata, la mucura contra el suelo, ay mamá no puedo con ella.

Pero no es verdad, no es verdad. No crean eso. Una no es tan barata. Yo he intentado ser cerebral. Yo me senté con él, como una instructora de la misión Robinsón, y yo le expliqué y le expuse el caso y le argumenté mis razones. Quisiera abrirle la caja de huesos esas que tiene por cráneo e incrustárselo aunque sea (se quita un zapato) a taconazos, por la fuerza que se lo tiene bien merecido.

Y él, sentado tannnnnnnnnn junto a mí, que le excita tenerme así cerca, que qué bonitos me brillan los ojos, que qué apetitosos los deditos de mis pies, que si qué senos tan turgentes, que por esa trocha se pierde una lapa y pare lapitos. Y yo……¡yeyo! basta, manito. No seas ordinario, comprende.

- Pero es que tú…….
- Ay, mijo, por qué no te callas.
Y él – ¿Por qué no te callas tú y usas esa boca para lo que mejor sabes hacer? ¡Tú has visto!

Me tiene loca? Tu crees? Me tiene loca?
Y voy a decir algo íntimo, algo muy íntimo, bueno, más íntimo todavía. Ya no lo hacemos con amor, con cariñito, así, como antes. Ahora los besos...

Ustedes no me van a negar que cuando uno se aproxima con los labios entreabiertos a la boca del contrincante y se encuentra con aquello apretado, bajo siete llaves y constreñido como culo de pajarito, es que ahí está pasando algo, ¿no?

Tú disimulas, cierras los labios también pero no abortas la maniobra por….por vergüenza y te quedas ahí frotándote como una pintura de labios y él con aquella clausura de trompa, un estreñimiento labial. ¡Es que ahí está pasando algo! ¿no?

Él respira profundo y por fin cede, es decir disminuye la tensión y se aleja un poco. Tú dices ahí viene la arremetida y te preparas para acoger la punta de la lengua. Ahora le hago un nudo de marinero, tu vas a ver, y el tipo se aleja con una sonrisita de yo no fui. ¡Ahí está pasando algo, ¡sí!

A ti te provoca preguntar por qué, pero ¿y la dignidad? O le metes una sonora trompada. Pero mejor reconoces que el asunto se ha ido enfriando.

No estoy hablando de la rutina. Que si la costumbre lo mata todo, no. Si se tratara de una cosa aburrida ya lo habríamos de ese tamaño. Pero llega un día en que es más grande el esfuerzo por echarlo de mi hogar que las ganas de sentirme invadida de placer. Que tiene a su lado a una amazona sumisa y amordazada a la cama. Todo sujeto por una rienda vil, vergonzosa.

Un día me levanto deprimida, la regla, el mes, con ganas de lanzarme por el bajante de la basura, y eso porque todavía no me han instalado el triturador de desperdicios, y hago una señal de debilidad, un intento de tregua, por congeniar, por favorecer la convivencia, y él se aprovecha.

Ése, que no quiero revelar su nombre, y no lo digo, carajo, para que no vaya a convertirse en una celebridad; ese J.J., pongamos, se aprovecha. En vez de comportarse, más tierno, más piadoso, más comprensivo, me monta unos números como de nueve semanas y media. Y me embiste como con maldad, pero no malicia de muchachito, maldad maldad, de adulto, de castigador, de enemigo jurado. Y eso me pone peor.

Estaba de buenas yo, un día, y le sugerí, que se dedicara a algo que a él le gustara. Y él me dijo que era pintor, que él podía resolverse como pintor. Pero no de brocha gorda, lógico. Le compré unos cánvases, unos lienzos nuevos, y también óleo, ¡el hombre pintaba al óleo! Yo nunca le vi nada de aptitud, ni siquiera de carboncillo, pero así es él, se la echa, que él sabe de todo. Ah y sus pinceles, claro.

Bueno, el resultado, un ranchito, con una matica de cambures a la izquierda y un cerrito verde en el fondo, ah, y un riíto ahí. Una cosa como de postal, como de pesebre campirano. Más falso que arrepentimiento de preso. (DESCUBRIENDO ALGO) Ah, por cierto, era un cuadro como de preso. Ése género de pintura tiene que existir. Y me resultó sospechoso.

Pero cuando iba por el cuadro diecisiete, el décimo séptimo ranchito con la decimoséptima matica de cambures a la izquierda y un cerrito atrás y, por supuesto un riíto ahí, el decimoséptimo, yo ya me había mosqueado; pensé que era una obsesión y temí por su salud mental. Diecisiete cuadros igualitos.

Voy y le pregunto. Mi negro, tú no puedes pintar el ranchito en otro lado o con un bucare que es tan bonito o con un Araguaney que es el árbol nacional, porque el cambur lo hace ver a uno como república bananera. Y él – Mi amor, es que yo me lo sé es así.
(AL PÚBLICO) ¿Tú me entiendes?

Después, él me sonríe otra vez y me demuestra que no hay nada que me guste más que su cama rica. Y realiza hasta proezas, yo creo que a él le excita ese combate constante, esa oposición que yo le hago y empieza a prodigarse, a restearse, a divertirme de mi propósito.

Y me canta y todo
(EN RITMO DE CHA CHA CHA )

Me has quitado el sueño, nena
Me has quitado hasta el candor
Soy más frío que un muerto en vida
No veo ni el televisor

Se me agudiza la vista
El mundo es aterrador
Vivo con una golpista
La golpista de mi amor.

De tus besos esclavistas
Soy un loco adorador

Te entregas como en un juego
Tus trampas me hacen dudar
Ya perdí todo sosiego
Pero en ti yo he de confiar.

Me has quitado el sueño, nena
Me has quitado hasta el candor
Vivo con una golpista
La golpista de mi amor

NOTA DEL AUTOR:
Recomiendo a estas alturas uno de los éxitos cantados de nuestro presidente, “Más que amor, frenesí”. Lo importante es que la actriz se tome el tiempo de la canción para recomponerse y enfrentar un nuevo tolete de texto. Puede que haya un cambio de vestuario para acentuar la fase agresiva que se acerca.


¿Por cierto hay aquí algún psiquiatra? Yo nunca he creído en psiquiatras. Nunca me han gustado los psiquiatras e incluso creo que nunca son necesarios los psiquiatras. Pero tuve que dar mi brazo a torcer. Tuve que ir. Al psiquiatra. Sí. Me obligaron. Si tú tienes buenos amigos con quienes conversar, a la prueba me remito (POR EL PÚBLICO), ¿Qué le vas a estar contando a un desconocido? Y por favor, recuérdenme que sobre esto tengo algo que decir.

Un día voy llegando a la casa y me están esperando dos policías. Una citación para la prefectura. ¿Ustedes pueden creer que el muy… el JJ ese me había denunciado por crueldad psicológica y violencia doméstica? ¿Y que los vecinos estaban dispuestos a rendir testimonio? ¡En mi contra!

Cuando entré había un círculo de policías riéndose y en el centro, chistoso, brillante con los dientes pelados, estaba él. Ya los tenía conquistados. Cuando me vieron se quedaron callados y empezó esa guachafita de hablar en murmullos y encogerse de hombros. Se oyeron varios umju y alguien hasta se chupó los dientes. Instantáneamente, chico, como si le dieran a un suiche, mi negro produjo dos lagrimones y un solo jipido.

¿Yo? Atónita. El oficial a cargo, que era el que antes se reía con más ganas. Me imputó. Cosa que suena muy feo, me informó que la denuncia, que la violencia, que la crueldad, que los vecinos, que los hematomas…

Lo reconozco. Yo me había extralimitado. Me pasé, pues. Una vez en un hotel de la Panamericana, le había improvisado mi danza de los siete velos, y me había llevado con los pies la cortina y se me vino abajo el cortinero, esa vara gruesa de madera con argollas y todo. Él se había empezado a reír, yo digo que demasiado, y digo que en exceso. Uno tiene que mostrar una cierta consideración por un artista que está en aprietos. Pero él se doblaba con cada carcajada y la cosa ya me empezó a chocar. Le pedí que se dejara de eso, papi. Y era como un rodillo en la cama rascándose la ingle. ¡Que me estaba humillando, vale! Y jua, jua, jua. Momento que yo aproveché para cruzarle la espalda con el palo del cortinero. Aquello le quedó como si le hubieran pasado una rueda de moto por el lomo. Con la sorpresa él se volteó y mostró los ojos aguados, y la cara haciendo pucheros. Con un hilito de voz, soltó, para no berrear: ¡Mi amor, tú sí tienes esos juegos pesados! Ay, no. Me partió el alma esa noche. Además de otras cosas. Porque lo tenía que resarcir. Eso sí no lo dijo, ¿verdad?

Me mandaron a un psiquiatra, preferiblemente a uno que mandara pastillas, acoté. Y fui.

Al comienzo el tipo me cayó mal, aunque había una bandejita en la mesa de centro repleta de caramelitos de chocolate y de miel. Como un detalle, una cursilería, y eso me empezó a despertar sospechas. El doctor como que no estaba en su sitio… como demasiado estirado e intenso, como pesando las palabras para ser preciso. Como demasiado forzado en sus ganas de ser exacto (usó la palabra prolijo) Un análisis prolijo dijo. Yo quería unas pastillitas no más.

Que me tendiera en el diván. Yo pensé en una odalisca. La maja desnuda. Pero él me preguntó por mi familia, por mis padres, que cómo se llevaban, por mi carrera, mis novios y esas cosas. Yo respondía de mala gana. Y mentía como una desgraciada. Yo le compuse un cuadro de mí misma que ni la protagonista de una película de Hitchcock. Y el doctor, empezó a ponerse misterioso, y cada vez que hablaba le salía como un tufo de pastilla de menta, pero más abajo como un mal aliento, de cosa guardada, y de cosa descompuesta, una cosa desagradable pues, y el pelo con gomina y parapeteado detrás de unos lentes demasiado gruesos.

Yo le detecté, le capté, le caché las intenciones. Debajo de aquella apariencia de bibliotecario ese hombre me estaba mirando con deseo. Pero no me gustaba. Pero había un interés. Y yo en el sofasote rendida indefensa y él como durmiéndome como una culebra con aquel aliento de viejo y yo torcía los ojos como una pollita. Si entonces él me lo hubiera propuesto a mí no me habría quedado más remedio. Pero no me lo propuso.

Después de contarle accidentadamente por qué estaba ahí, él me recomendó que me sincerara con mi pareja. Dijo: Mi pareja, así mismo. ¡Si eso no me empareja a mí, eso no me da ni por el tobillo! Que me sincerara con él y que me comprara un kit de dominadora sadomasoquista. Con látigo y todo. Yo iba a protestar pero se acabó el tiempo de la sesión.

Yo no compré nada, aunque consideré la posibilidad, pero él psiquiatra no podía estar hablándome en serio.

Fue otra semana de tregua, yo, que me trepaba por las paredes y el negro me estaba aplicando la ley del hielo. Me miraba como un fiscal de tránsito y si yo me movía por la casa, me seguía con una sonrisita desafiante, me arrinconaba, pero nada, de pronto displicente abandonaba su actitud de inquisidor y si yo cedía con la mirada como pidiendo cacao, me decía, que qué me pasaba, que yo estaba loca.

Yo había decidido no volver más donde el psiquiatra pero me remordía la curiosidad y con aquella sequía, a lo mejor el doctor se atrevía y pasaba algo, algo profundo. Yo me daba licencia para imaginar una relación que me arrastrara a lo más entrañable de mi psique, mis temores, mis ansias, que tomara ventaja de su dominio de la mente y me manipulara, me llevara al extremo. Una montaña rusa de emociones. Pero no. Era una fantasía.

También me decía a mí misma que resistiría. De todos modos todavía me quedaría el recurso de negarme, pero ese border line me excitaba y volví. Esta vez decidió hipnotizarme. Como en las películas. Ya está, ahora sí que va a concretar, pensé. Y como me toque y yo esté subconsciente, le voy a dar una pela… Pero, no. Fue más sorprendente aún.

Me dio una taza llena de botones de camisa, pequeñitos y de muchos colores. Y me pidió que mientras escuchaba su voz me concentrara en sacar sólo los de color azul claro. Y yo intrigada me puse, dócil como soy yo, tú sabes, botoncitos azules, botoncitos azules, y él a contar para atrás, dieciocho, diecisiete, dieciséis, quince y no me acuerdo de más nada. Me fui de viaje. Estaba en un lugar agradable, con gramita, con brisita, con cielo azul prismacolor y pajaritos, me faltó poco para que apareciera Bambi y el conejo.

Me parece que una canoa, con remos y María Félix con la ceja tan alzada que le llegaba al occipucio. Mirando como pa arriba, como humillada pero digna. Doña Bárbara y un rejo y unos peones y unos caballos. Y cercas de púas. María Lionza con unas caderas que parecen una batea de camión, sudando, y aquellos senos paraditos y dándole con un plato de peltre por la trompa a un indio disfrazado de tapir.
La imagen de la virgen de Coromoto con su rigidez y unas hombreras tan altas que se funde en el asiento y parece que el niño Jesús está posado sobre una silla de baqueta. Y Luisa Cáceres de Arismendi, más famosa que el marido. Pasó la mitad de su vida presa.
Ah, la barragana de un expresidente con un trajecito sastre beige, no un Channel, no, una cosa como de Armani, pero beige. Y como una cuchita en la cabeza y otra vez la ceja exagerada. Una multitud de señoras y de muchachitas y guerrilleras y heroínas de la patria, y domadoras de circo y mujeres policías y congresistas y escritoras que dominaban al marido y artistas y dueñas de museo y matronas y misses, atletas aeróbicas y jugadoras de softball, chefs de cocina, como una propaganda navideña, más o menos…

Lo cierto es que cuando desperté, que no me desperté porque nunca me dormí, yo estaba a horcajadas sobre el lomo del diván y gritando, agitando la corbata del loquero, que nunca supe cuando se la quité. ¡Y lo que decía a todo gañote! Me da pena repetirlo, pero…
Yo quiero un round con Arnold Schwarzenegger, carajo.
Que me lo dejen un día para darle su merecido.

- Bueno, conectada con su esencia profunda, me dijo el psiquiatra.
¡¿Qué?! (EL SIQUIATRA MUEVE ASINTIENDO LA CABEZA)
¿Quiere decir que yo llevo todo eso por dentro?
(EL SIQUIATRA MUEVE ASINTIENDO LA CABEZA)
Que todo ese salvajismo y esa violencia, y ese amor por el poder y por la fuerza…
(HABLA COMO EL PSIQUIATRA) Y cosas peores. Aquí todo el mundo lleva su dictadorzuelo, su general Gómez, su Cipriano Castro, más bien, inmerso en las aguas turbias de la inconsciencia. En el peor de los casos es un chiquillo que no se desarrolla, pero que igual, cuando menos te lo esperas… Ahí está la travesura (Pones la cagada). Para otros casos está, ya se diría, perfectamente constelado. Y eso te da un impulso, una voluntad de hierro. No es tan malo, tampoco. - A mí la quijada ya me llegaba al suelo.

-El asunto es no dejar que esa cosa perjudique. Ese carácter dominante, un gen. Ahí fue que habló del gen. Que no dañe a los semejantes, pero principalmente que no te joda a ti misma.
¡Coño! Pero si el del problema es él.
-“¿Por qué? ¿Duerme mal? ¿Acaso no come? ¿Trabaja? ¿Algún problema con eso?
-Ahora quiere ser mototaxista. ¿Usted me ve tan glamorosa como para andar de parrillera en una moto?
- Eso es un trabajo… muy próspero según me cuentan. – Lo que me faltaba, yo abrir las piernas para que me encajen ahora un caballo de hierro y se me aserene el nalgatorio. ¡Yo no soy tan alternativa! Detesto la economía informal.

- Tienes que comprenderlo. Él se comporta como un hindú. Está sometido y alucinado contigo. Tienes que cerciorarte de que seguro no está leyendo un libro sobre Mahatma Gandhi.
Y me explicó lo de la resistencia agresiva-pasiva.

-Ah, ¿pero es que usted me va a poner a leer?
- ¿Y por qué no? Ponga a funcionar esa textilera del pensamiento. Es poético, ¿no? Bastante que se mataron sus padres para mandarla a la escuela.

Yo sentí que el doctor se estaba empezando a molestar, fue como una impresión una cosa de piel y me impresionó.

- Mire, mejor dejamos la educación para otro momento y entramos en materia.
- Porque hay una materia según usted. Y me trató de usted. Ante semejante pretensión… Yo, sorprendida: “Mejor entramos en lo de los medicamentos, el récipe ése para que me entreguen unos narcóticos y yo, en un descuido, mezclárselos con el café y dormirlo

-Como en una telenovela

-… y dejarlo en una cuneta de la carretera vieja o en un barranco por Yare.

Él, escandalizado: ¿Usted se está escuchando lo que dice?

¿Por qué me seguía tratando de usted? – ¡La van a meter presa!

- Es una broma por supuesto y como esta consulta no va a prosperar… (ENTORNANDO LOS OJOS)

Salimos de eso, me completó la frase, cosa que no acostumbraba. Tiene que tener más cuidado con las cosas que dice. Porque aunque sea de chanza el lenguaje revela un contenido profundo.

Ay, no me esté regañando que yo rapidito me engorilo. (AL PÚBLICO) Yo sí, además yo no voy por la vida diciendo cosas trascendentales, como Simón Bolívar que cada vez que abría la boca se le encimaba un micrófono de Globovisión, para escrutar su genialidad. A mí también me gusta hablar guebonadas. Y traté de ser exacta.

-El lenguaje es cosa delicada. Me gritó con una venita de la frente que le pulsaba. Fíjese que ese señor que usted desprecia tanto y que no es más que su marido, con énfasis en “marido”, nunca se permitió la frivolidad de decirle que la quería, señora. Me dijo señora. Eso fue lo que me ofendió más. Me dejó atornillada en el suelo y yo sentía un sudor frío y como una ola que me venía de atrás hacia delante, de abajo hacia arriba, de adentro hacia fuera; pero físicamente estaba catatónica, ¡Señora, yo!

Yo soy una mujer muy pacífica, pero ay, cuando me buscan. Se me puso una nube en los ojos y no pude más que… Lo conecté con un jab de derecha. Directo a la mandíbula. El hombre puso los pies hacia adelante y ya en el aire me mostró la suela de los zapatos y cayó de espaldas. (MIENTRAS SE SOBA EL PUÑO DERECHO) Aniquilado por knock out técnico. Siete, ocho, nueve,… “Hasta marico serás”. Para mayor humillación vacié los caramelos de la bandejita en mi cartera y ahí sí que no volví más.

Pasé como un mes triste. Y estuve pensando. (TRANSICIÓN) Ahora soy yo la que le arregla el bolsito, el de sereno como antes dije. Y hasta le pongo su enjuague bucal y su lubricante con efectos especiales. Pero él ni lo toca, ahí se lo dejé colgado en el perchero CAPUY al lado de la puerta. Cada vez que lo mira le da como un escalofrío y él cree que yo no me doy cuenta.

(SACA UN CARAMELITO DE LA CARTERA)
Todavía me sobreviene una duda. Que ustedes van a decir que yo soy una estúpida, pero es que yo nunca estuve segura de que él en verdad me quisiera. Y si me quiere… y si me quiso y eso ya se echó a perder. ¡Ay!, ¿estás viendo? Estoy perdida de gafa. Eso nunca se sabrá, ni nunca le va a interesar a nadie.

(TIEMPO PARA CHUPÁRSE EL CARAMELO Y PENSAR)
Aunque él me lo dijo, y si no me lo dijo, por lo menos me lo hizo entender; clavó su mirada en mis senos, luego en mis ojos, luego en mis senos, de nuevo, y yo... (DIRIGIENDO LA SUPUESTA CABEZA HACIA SUS OJOS, RECRIMINANDO)) -A los ojos. Y él
“Que había empezado a sentir algo especial por mí, que se le partía el alma en dos con cada separación, que le dolía el corazón de lo puro bella que él me miraba, que de sólo pensar mí su pecho, su cuerpo todo, padecía una horrenda opresión y se asfixiaba. (Espero que no estuviera hablando de la bragueta) Pero la palabra “querer”, “querer”, no.

Bueno, no voy a entrar en detalles. Con esta peleadora y esta reconciliación intermitente. Que se crea él que me tiene convencida. Yo lo estoy esperando en la bajadita. Me estoy entrenando sin que el lo sepa en artes marciales y en un club de tiro. Que el próximo micropeíto que se presente, y se va a presentar, me va a agarrar con la defensa de mi lado, en su sitio. Mientras es tanto nos divertimos, jugamos scrable y algunas noches perdemos la cabeza.

Que le estoy preparando una trampa, es verdad. Que quiero salir de él. Díganlo de una vez, por las malas, porque por las buenas, mi amor, también lo intenté y sigo sintiendo que fue un fraude.

Ah. Les tenía que decir algo sobre eso de contarle cosas a los desconocidos (por lo del psiquiatra). ¿Vieron? Se les olvidó recordármelo. Bueno, uno lo hace por dos cosas. Primero, porque es más fácil si el otro no te conoce, no te compromete tanto lo que él vaya a saber, más bien te resbala.

Y en segundo lugar, porque contar tus cosas en público es de un divertido…….. Yo que se los digo. Muchas gracias.


JAVIER MORENO
Caracas, 21 de septiembre de 2003
28 de junio de 2009