Yo, el heredero de Eduardo de Filipo



YO, EL HEREDERO


Tres actos
de Eduardo de Filippo
Traducción de Javier Moreno

Personajes:

Ludovico Ribera

Amedeo Siciliano, abogado

Margherita, su esposa

Adele, hermana de Amedeo

Dorotea Siciliano, tía de Amedeo

Beatriz (BICE)

Lorenzo De Ricco, administrador

Caterina, camarera

Ernesto, camarero

Cassese, sastre

Señora primera

Señora segunda

ACTO PRIMERO

Casa del abogado Amedeo Siciliano. Comedor lujoso, a través de una gran puerta de cristales se accede a un jardín. Un atardecer avanzado.
Cuando se abre el telón están en escena seis señoras, cuatro ancianas y dos más jóvenes. Beben el te y comen pasticas, de pie, en torno a la mesa. Charlan animadamente con la fam,ilia Selciano presente en casa: Amedeo, Margarita, Adela, Beatriz protegida de lods Selciano y con el administrador de casaDce Ricco. Mientras, la camarera y el mesero se dan aua mañas para atenderlos.

BEATRIZ (LEYENDO EN UN CUADERNITO) Pullover, 250. chaqueticas, 300. Bufandas 500. Escarpines para recién nacidos, 7000. Cobijitas para cuna, 600.

Margarita El año pasado logramos hacer 650.

Adele Se pierde menos tiempo trabajando la lana que yendo a recogerla.. Te hacen ir y venir, llamas mil veces. Pero se dejarían matar. antes que separarse de la ropa vieja..

Señora 1 Sábanas viejas este año recogimos de más. De hecho hemos logrado mil sabanitas. ¿No es verdad, Bice?

Bice Si, si. (retoma la lectura))Gorritos, 2000. Sombreritos, 1700. Mediecitas, 4000. Pantaloncitos, 1200. Capitas, 6000. Vestidos de niña, 3500. Vestidos de niño, 4000.

Lorenzo Trabajaron duro..

Margherita Y rápido.. Si tuviéramos más tiempo... Trabajamos dos o tres horas al día y algunas veces por la noche.

Señora 1 !Se están haciendo expertas!.

Adele !Eres superlativa, Bice! ¿Nos muestras un vestido de niña y uno de niño?

Bice (Va al jardín y toma dos vestidos de una mesa) Aquí tienen.

Lorenzo ¿Cuánto tiempo se invierte en un vestidito?

Señora 1 Dos o tres días, depende del material.. Se sacan de trajes desauciados, viejos y a veces hasta raídos.

Lorenzo Parecen recién salidos de una fábrica.

Señora 2 Y éste lo hice yo, azul celeste con copitos. La distribución la hacen las monjas, nunca sabré qué niña se lo pondrá. .

Margherita Vamos, muchachas, vamos.. Otra horita de trabajo y luego las mando a casa.

Tutte (alegre) Si, si vamos (van al jardín, se ubican lejos de la puerta y retoman su trabajo en torno a la mesa. Una de ellas entona una cancioncita para divertirse mientras trabajan. De pronto las otras la imitan)
Cose, cose, cose, remienda. La aguja, la aguja, la aguja sumergida en la lana suave, en la muselina, en el lienzo y en el lino. Cose, cose, cose. Ya verás que con el hilo, las tijeras y la aguja, la caridad resulta una distracción.

Lorenzo Siempre retrasada la señorita Dorotea.

Margherita !Necesita partirse en dos, pobre mujer, vive para el bien del prójimo!

Amedeo No se puede negar que es digna hija de su pobre padre.

Margherita Todo su dinero se le va en limosnas. La tía Dorotea tiene una renta considerable que le permitiría vivir muy bien. Mas ella se priva hasta de un buen traje, de algún objeto que le gustase, todo por hacer el bien al prójimo. stito, di un oggetto che le farebbe piacere, per fare del bene al prossimo. Hoy por ejemplo, es el día destinado a los niños pobres, no sé cuántas canastillas y juguetes ha comprado.

Lorenzo Es una manía.

Amedeo (reprimenda) No es una manía es un deber. !Mi tía no es una maniática!

Lorenzo (confuso) No, la palabra traiciona el pensamiento. Quise decir que si no hace el bien no se siente tranquila.

Amedeo Es una cuestión hereditaria. Todos nosotros, desde los bisabuelos, pasando por mi padre nos hemos despojado por dar a los otros. Y resulta hermoso, créeme, Lorenzo, !es hermoso! De noche se posa la cabeza sobre la almohada y se duerme tranquilo.

Lorenzo Cierto. Yo también, cuando puedo realizar una buena acción me siento mejor.

Amedeo Pero usted jamás podría alcanzarnos. Usted es un caballero, sirve a nuestra familia desde muchos años atrás y en diversas ocasiones he constatado que tiene un corazón de oro, pero no se puede paragonar con nosotros. A la puerta de nuestra casa ninguno ha llamado en vano. Quien ha pedido ha tenido. Ni siquiera nos hemos preocupado nunca si pedían por costumbre o por necesidad propia y verdadera. Alguna vez pasa que se le hace bien a un individuo y luego se pasea diciendo “Los acabo de estafar” Peor para él. ¿Sabe lo que decía esaa alma buena de mi padre? Yo hago el bien a todos ustedes, la diferenciación la hará Dios”.. Y tenía razón . Yo hago lo mismo. Siempre he seguido su ejemplo y siempre me encuentro bien. ¿Y quién lo puede saber mejor que usted? A mi oficina llegan continuamente cartas de súplica, peticiones de beneficiencia y jamás ninguno se ha quedado con las manos vacías. En compensación, el Padre eterno me ayuda siempre: estoy bien de salud y no mer falta nada.

Lorenzo Y así se mantenga otros cien años ..

Amedeo Contaba mi padre que, un día, mi abuelo llegó a casa en mangas de camisa, a riesgo de coger una pulmonía; había dado su chaqueta y abrigo a un tal que tenía frío. Raccontava mio padre che, un giorno, mio nonno tornò a casa in maniche di camicia: a rischio di prendersi una polmonite, aveva dato giacca e cappotto ad un tale che aveva freddo. (a Margherita, alludiendo a Bice) ¿Pero, qué le pasa?

Margherita ¿Y me lo preguntas a mí? ¿Cuándo ha estado alguna vez alegre? Bice, ven acá un momento.

Bice Perdón, no escuché bien.

Adele Mi cuñada te decía que vinieras con nosotros.

Bice Gracias, señora Adele, pero me duele un poco la cabeza. Prefiero irme a mi cuarto si me permiten.

Margherita Pues claro, cariño, si nuestra compañía te causa melancolía és mejor. Mejor incluso para nosotros.

Bice !Pero, no, señora Margarita! (confusa) Es un pqueño dolor de cabeza, ya les dije… es por eso que… (empieza a llorar) ¿Puedo irme?

Adele Anda, querida, ve.

Bice (intenta un saludo atodos y sale casi corriendo)

Margherita !Dios, qué complicada es esta chica!

Lorenzo ¿Cuántos años tiene ya?

Margherita Diecisiete. Alguien de su edad debería estar siempre alegre.

Amedeo Su madre hacía guardias en la oficina del pobre papá. Era viuda y cuando murió, Bice que entonces tenía sólo seis años quedó sola. Papá, como de costumbre, por hacer el bien, la llevó a casa, la puso a estudiar, la hemos hecho una señorita culta y distinguida. Pero ella, en vez de estar contenta, parece siempre haber pasado una desgracia. .

Adele Pero, ¿por qué deben siempre hacer sus discursos exaltando la propia bondad en presencia de ella? Admitan que una desgraciada obligada a reconocerse tal se sentirá mortificada.

Margherita ¿Mortificada? ¿Y quién la mortifica?

Adele No hacen más que recordarle cuánto les debe. Ustedes no lo pueden entender porque han tenido la fortuna de ser los que dan y no quienes reciben porque tienen necesidad.

Amedeo ¿Y tú qué sabes, visto que tampoco tú has recibido nunca nada de nadie

Adele Es verdad, pero cuando tía Dorotea me pide que la acompañe en sus andanzas de beneficencia, si supieran qué incomodidad siento de encontrarme rodeada de gente pobre. Mientras te agradecen y te bendicen no pueden esconder la envidia y el desprecio.

Amedeo Esas son ideas tuyas. Nosotros tenemos el deber de no considerar lo que esas personas piensan de nosotros. Lo importante es hacer el bien.
Dorotea (Viene de la calle.Es una mujer sobre los 55 años, robusta y tiene un traje oscuro y señorial. Entra agitada, molesta) !Qué bien! !Jesús! Pero qué gente... Buenas tardes. !Qué gente!

Amedeo ¿Qué ha pasado tía Dorotea?

Caterina ¿Se toma un te, señorita Dorotea?

Dorotea Sí, un te… Si supieran lo nerviosa que estoy. Me han robado el broche de oro con brillantes, aquel broche tan lindo en forma de corazón.

Lorenzo Ah. ¿ Y quién ha sido?

Dorotea Si lo supiera ya estaría en la jefatura.

Lorenzo ¿No tiene ninguna sospecha?

Dorotea ¿Cómo no? Mientras repartía los juguetes y las canastillas me rodearon; me besaban la mano, me halaban de un lado al otro... Dentro de aquella confusión, ¡me sustrajeron el broche!

Margherita Bueno, tía, no te molestes…

Dorotea Es para llora, créanme, para llorar.

Lorenzo Pero no se meta más entre esa gentuza. Usted tiene todo que perder y nada que ganar.


Dorotea (Toma una pastica y come sin ganas) Te hacen perder las ganas de hacer el bien.

Amedeo (Para apaciguarla) Pero no son todos así. Recuerde esa alma buena de Don Próspero Ribera.

Dorotea Nada que ver, ¡ése sí te hacía nacer las ganas de hacerle el bien! Era tan agradecido que se habría hecho matar por nosotros. ¡Uno de la familia! Estuvo en nuestra casa durante treinta y siete años. Con mi hermano mateo compartía hasta el sueño.

Amedeo No me puedo explicar esa muerte tan repentina; estaba tan bien...

Dorotea Un golpe, Amedeo. En la noche cenamos juntos, ¡estaba tan de buen humor! Y al mañana siguiente, cuando Ernesto, el camarero, le llevó el café, lo halló muerto. Ni siquiera se habrá dado cuenta, se fue como un santo. Pensar que hace seis días estaba sentado entre nosotros y ahora descansa bajo tierra.

Amedeo Mi padre lo quería mucho. Se conocían de los tiempos del liceo. Luego se perdieron de vista y cuando papá empezó a tener sus primeros éxitos en los tribunales, reencontró a Próspero, no les digo en cuáles condiciones... Sin una moneda, los zapatos rotos. Entonces, ustedes saben cómo pasan las cosas: ven a comer conmigo, ven mañana también, toma este traje, toma también este par de zapatos. Duerme aquí esta noche y mañana en la noche también. Poco a poco, se quedó en nuestra casa por treinta y siete años.
Lorenzo Es increible.

Amedeo Y sin embargo ha sido así.

Lorenzo Pero, ¿cómo había llegado a ese estado?

Dorotea Siempre lo he dicho. ¡Era el hombre del misterio!

Amedeo ¡Pero qué misterio! De verdad que él nunca hablaba de sus cosas íntimas, pero papá sabía que estaba separado de su esposa. Un matrimonio desgraciado.

Margherita Pero, ¡qué hombre tan simpático!

Amedeo Caramba. ¡Papá no podía estar un momento sin verlo!

Lorenzo ¿Y no hablaba nunca de su mujer?

Amedeo ¡Nunca! Solo alguna confidencia a mi padre… Se decía que tenía un hijo. De hecho, hace cuatro días en el funeral, eramos poquísimos y he distinguido una extraña figura de hombre: parecía un corsario. Pelo negro, piel oscurísima. Un rostro de verdad interesante, les digo.
En cierto momento se adelantó y quiso cargar también el ataud diciendo “Soy su hijo”. Investigué y supe que había llegado hacía poco y que se alojaba en el hostal de la Sirena. Y sepan qué hice. Agarré todo lo que pertenecía a su padre y se lo he mandado.

Lorenzo Hizo bien. (perdido en sus recuerdos) Don Próspero Ribera…

Ernesto (Desde la calle) Con permiso. Afuera está el señor Ludovico Ribera. Quiere saber si pueden recibirlo.

Amedeo Lupus in fabula: el hijo de Don Próspero.

Dorotea ¡Dio mío! Ahora éste empieza a llorar… Con los nervios como los tengo… dígale que venga otro día.

Adele No, ¿por qué? Se ve feo.

Amedeo Es cierto. (a Ernesto) Hágalo entrar.

Ernesto (sale y luego vuelve escoltando a Ludovico) Por favor...

Ludovico (En la puerta, sin hablar. Con cuarenta y cinco años, el rostro marcado por surcos profundos, moreno bronceado, humilde en el vestir. Sus ojos tienen una expresión triste, de un fijeza testaruda; no solicitan sólo saben lo que quieren. Su presencia crea cierta incomodidad e intriga. Porta consigo una maleta, un saco y una cajita)

Tutti (Después de una pausa) Buenas tardes.

Ludovico Buenas tardes, señores (Ernesto lo libera de su carga, pone todo en el piso y se va) ¿La familia Selciano?

Amedeo Ya.

Ludovico Ludovico Ribera.

Amedeo Mucho gusto. (presentando) Mi tía, la señora Margherita, mi mujer. Mi hermana Adele y el señor Lorenzo de Ricco, administrador de la familia.

Ludovico (a Adele) Usted es divorciada.

Adele Sí

Ludovico (notando las miradas inquisitivas que intercambian los otros) Me he informado. (a Amedeo) Su padre, el abogado Amedeo Selciano ha muerto. Su tía Dorotea, si no me equivoco se ha quedado solterona.

Dorotea Perdone, ¿cómo que me he quedado?

Ludovico Me disculpa, señorita, pero me parece, al verla, que las posibilidades de no quedarse solterona ya pasaron para siempre... Es verdad que desde que el mundo es mundo hay mil oportunidades, pero también es verdad que no podrán ser nunca mil y una. (A Margherita) Usted es la dulce compañera del abogado Amedeo Selciano. (a Adele) Usted es la divorciada. (se le acerca) ¿Me permite? (mirándola fijo a los ojos) Su marido de usted la ha perdido porque no la ha sabido comprender… Conozco el mar, no puedo estar estar equivocado. El mar cambia de color dependiendo del cielo. Sus ojos pueden resultar hermosos según y quién los mire. Su marido no sabía mirar en sus ojos. (a Lorenzo) Usted es Lorenzo De Ricco, atento, solícito administrador de la familia. Luego está la señorita que se llama Bice, ¿no es así?

Amedeo Está en su cuarto.

Margherita Tenía un pequeño dolor de cabeza.

Ludovico Sufre de eso, lo sé. Me perdonan pero estoy un poco desorientado... Quisiera entrar en materia, pero no lo logro. (pausa) Cuando mi padre se separó de mi madre, yo tenía solo cuatro años. Dos años más tarde murió mi madre y me confiaron a la portera cuyo marido era marinero. A los ocho años me embarcaron en la nave “Caracciolo” Estudié por mi cuenta y logré convertirme en periodista. Me publicaron diversos artículos y cuentos. Pero luego, empezaron a llover cartas anónimas sobre la redacción haciendo saber que no estaba colegiado por mi falta de título. Volví al mar. Con un poco de ahorro me hice dueño de un pequeño velero: Papá. Sí, así se llamaba, Papá. Con él anduve el mundo entero. Días amargos, una que otra hora de felicidad. Me las arreglé con la pesca, a menudo con el contrabando. Después de treinta años mi velero me ha traído de nuevo a Nápoles. Después de treinta años, Nápoles. Flotanba frente al Rettifilo cuando veo un funeral. Leo sobre una de las coronas “Al querido Próspero Ribera” Papá. El funeral de mi padre! (pausa) Ustedea han sido sus benefactores, verdad?

Amedeo Mi padre lo trataba como a un hermano. Tanto que llegué a decir, ¿te acuerdas Tía? “Si Don Próspero muere primero, papá no soportará el dolor.”

Ludovico ¿Estaban siempre juntos, verdad?

Amedeo Siempre! Pero siéntese, por favor. (se sientan) Mi padre, a lo largo de treinta y siete años no dejó que le faltase nada.

Dorotea Todos lo queríamos mucho.

Margherita (indicando una puerta a la derecha) Ésa era su habitación.

Ludovico (se levanta y se acerca a la puerta en cuestión) Aquí vivió mi padre. (vuelve al asiento)

Amedeo Incluso cuando íbamos de vacaciones en nuestra villa siempre hubo una habitación para él.

Ludovico Ya, mi padre hacía mucha compañía al de ustedes.

Dorotea Era buena compañía para todos.

Amedeo Simpatico, ingenioso, nos mantenía alegres a todos. Además era muy instruido. Cuando papá necesitaba un libro en particular... que sé yo... de una edición rara, su padre no descansaba hasta encontrarla en alguna biblioteca.

Ludovico También hacía adquisiciones a nombre de su padre.

Amedeo ¿¡También sabe de eso!?

Ludovico Me he informado.

Amedeo Mi padre tenía una gran confianza en él y no se equivocaba porque su padre de usted era una persona honestísima y correcta. La villa en el campo fue él quien la compró; se ocupó de todo.

Ludovico Con la asistencia del administradoir de la familia, aquí presente.

Amedeo Efectivamente.

Ludovico Efectivamente.

Dorotea Y era tan entretenido. De noche nos divertía por horas narrando sus historias, anécdotas de grandes artistas. Se interesaba por todo. Cualquier cosa que uno quería saber, bastaba con preguntarle.

Amedeo Tenía una gran memoria, vasta cultura y perfecto conocimiento de los clásicos. Conocía la literatura de medio mundo. Últimamente se había apasionado por los tratados de física. Y no le menciono los procesos con los que se engolosinaba. Claro, porque cuanta causa importante le era asignada a mi padre, éste la consultaba con él. Se encerraban en el estudio y hablaban, se arengaban... Parecía la Corte de Assis en plena sesión.

Ludovico En el fondo, la discusión con mi padre le servía como ejercicio mental.

Amedeo Exactamente. Y mi padre lo decía: “A veces, la contradicción que hace Don Próspero me lleva hacia el camino correcto”. Una vez, cuando se pelearon… no recuerdo cuando fue… dos o tres años antes de que muriese mi padre...

Ludovico 20 de septiembre de 1975. (se maravillan todos) Me he informado.

Amedeo Mi padre lo quería echar, chillaba... el motivo no lo recuerdo.

Ludovico Porque mi padre había entrado en el ascensor sin cederle el paso.

Amedeo (desorientado) Claro, seguro... Mi padre le decía: “Tú no tienes respeto por mí, por mí que he querido siempre el bien para ti”.

Ludovico “Que he hecho siempre tanto por ti...”

Dorotea Y tanto que lo hacía, de verdad. Figúrese que cuando venía el sastre a atender a mi hermano, también le tomaba las medidas a él.

Ludovico Un traje para el invierno y otro para el verano.

Amedeo Ya veo, usted se ha informado.

Ludovico Y... ¿de mí nunca habló?

Amedeo Nunca. Era un hombre muy reservado.

Ludovico Quizás hubiera querido que yo lo buscase. Durante treinta años siempre tuve la certeza de que estaba vivo, una certeza que provenía del mismo mar. Porque el mar habla a quien lo quiere escuchar. Tanto que murió sólo un par de días después de mi llegada. El mar no me engañó.

Margherita Y ahora, ¿qué piensa hacer? ¿Marchar de nuevo?

Ludovico No. Ya viajé bastante, finalmente quiero detenerme un poco. Quiero disfrutar en paz el patrimonio que mi padre me ha dejado.

Amedeo ¿Y su padre le ha dejado una herencia?

Ludovico ¿se sorprenden?

Amedeo No… ¿ Y cuánto le ha dejado?

Ludovico En verdad no he hecho las cuentas todavía, pero pienso que ha de ser lo suficiente para permitirme vivir tranquilo. (Todos se miran con dudas. 2¿Don Próspero robaba?”) Usted, gentilmente, me mandó al hostal las pocas cosas de mi padre, ropa blanca, algún traje y una cajita. Se lo agradezco. En esa cajita conseguí papeles, apuntes y consideraciones. Su diario me ha dado informaciones sobre todos ustedes. Pero no encontré un testamento. Yo soy su único hijo, por tanto todo me corresponde a mí.

Dorotea Pero, excúseme, ¿cuánto poseía?

Amedeo Ya. Usted habla de una hipotética herencia, pero hasta donde sabemos, no tenía ninguna posesión.

Ludovico ¿Ninguna?Usted bromea. ¿No tenía nada?¿Ustedes se estiman a sí mismos en nada?

Amedeo ¿Nosotros? ¿Y qué tenemos nosotros que ver con su herencia?

Ludovico !Cómo, que qué tienen que ver! Ustedes son todo el patrimonio afectivo y sentimental acumulado y custodiado celosamente por mi padre, quien por años y años se prestó a mantener, primero para el padre de ustedes y después para ustedes, la parte heroica de los benefactores, reservándose para sí la parte mezquina de beneficiario. ¿Qué cosa construyò en treinta y siete años vividos con sus benefactores? ¿En qué consistía su posición? Todos los sentimientos que los empujaban a hacerle el bien fueron cultivados por ambas partes, ustedes con su buen corazón y él reconociéndolselo. ¿Y el hijo no ha de heredar todo aquello que construye el padre? Yo, como su legítimo y único hijo, soy su heredero, los he heredado a ustedes. (Se levanta, todos lo imitan ansiosos de escucharlo fascinados) Será un patrimonio de sentimientos, por lo tanto abstracto, de acuerdo. Pero determinable. Y para los hombres de corazón un patrimonio de sentimientos debe convertirse en un patrimonio de cosas.y a su vez un patrimonio de cosas es transferible, transferibilisimo. (Toma la maleta y la cajita y se dirige hacia la puerta antes indicada) Estoy muy cansado, me voy a acostar. Y en cuanto a aquello que ustedes le asignaban a mi padre y a lo que no pienso renunciar, nos pondremos de acuerdo mañana. Me he informado. Buenas noches. (Entra en el cuarto de su padre)

Desaliento y espanto de todos. Las señoras desde el jardín, mientras trabajan, retoman su canción.

ACTO SEGUNDO


El mismo cuadro. La mañana siguiente. Ernesto y caterina ponen preparan la mesa del comedor.

Ludovico (entra) Buenos días, muchachos. ¿los saludaba así Don Próspero cuando los encontraba por la mañana?

Caterina A mì me daba un pellizco y me decía “¿Has dormido bien, linda?”

Ludovico Eso no lo conseguí escrito en el diario, pero si te gusta, ¿por qué no? Ven acá. (Ella se avecina y él le pellizca la mejilla) ¿Has dormido bien, linda?

Caterina Muy bien y usted... Perdone, ¿Como se llama usted?

Ludovico Eso no te importa. Tú, ¿cómo le respondías?

Caterina Muy bien ¿y usterd, Don Próspero?

Ludovico ¿!Lo ves!? Continúa llamándome Don Próspero. Tú eres la espléndida doncella de la familia Selciano. Para ti, Próspero, Nicola, Francisquito o Napoleón Tercero son la misma cosa. (A Ernesto) ¿Tú cómo te llamas?

Ernesto Ernesto.

Ludovico Ah, tú eres Ernesto el camarero. ¡Bravo! Tú eres aquel que, con la autorización de los Selciano, te permitías bromear con mi padre como si fuese tu igual. En la mesa le ponías sal en el vino, le echabas tinta de color en el fondo del sombrero...

Ernesto Yo bromeaba inocentemente, como los patrones se divertían...

Ludovico A costillas de Don Próspero. Te daban cuerda y tú agarrado del dedo te cogías toda la mano. (a Caterina) Y tú, ¿como te llamas?

Caterina Caterina.

Ludovico Buenisimo: Ernesto y Caterina. Entonces, llámenme Don Próspero como si nada hubiera cambiado. Esto sobretodo por mi conveniencia, porque si ustedes consideran que la muerte de Don Próspero, digamos... Primero, cambió algo aquí, me perjudican seriamente.Ustedes estarán convencidos de la conveniencia de que tras su muerte, en casa Selciano, haya una persona menos. Tú, por ejemplo, Ernestico lindo. Esta mañana no me has despertado nillevado el café a la cama. En el diario de mi padre está escrito y me corresponde.

Caterina Algunas veces se lo llevaba yo.

Ludovico ¿Y por qué dejarías de hacerlo? Es más, hagamos esto, llévamelo siempre tú. Esto no es un cambio, es sólo un mejoramiento de las costumbres.

Bice (Viene por la izquierda) Buenos días..

Caterina Buenos días.. (Observa a Beatrice) ¡Se ha puesto el vestido de los domingos! ¿Qué dirá la señora Dorotea?

Bice Por fuerza tuve que cambiar de vestido, el otro está demasiado ajado.

Ludovico (mirándola con ironía) ¿Y éste no será el de las grandes ocasiones?

Bice (molesta) ¿Y usted, quién es?

Ludovico Ludovico Ribera. Pero llámeme Próspero Segundo. Soy hijo de Don Próspero Primero. Heredé el puesto del beneficiario en casa Selciano. Espero plantarme aquí unos treinta años por lo menos. Usted es la señorita Bice, ¿verdad?

Bice Sí.

Ludovico Mucho gusto… en su diario, mi padre hablaba mucho de ti. (la observa) Y tenía razón. (ríe ironicamente)

Bice (Ofendida) ¿Por qué se ríe? ¿Me encuentra tan ridícula?

Ludovico Precisamente ridícula, no. Pero no te enojes, ¿te lo digo? Me pareces una gallinita que se ha quedado bajo la lluvia fuera del corral. (LOS DOS CAMAREROS SE VAN) Ma non ti arrabbiare, te lo dico? De resto, en su carácter de beneficiada, has elegido la actitud justa. Se entiende, estás aquí, comes y bebes, un vestido, mal que bien, te lo hacen. Tienes un lugar donde dormir. A veces te hacen la caridad de llevarte al cine. No está mal. Como vida tranquila no está mal.

Bice ¿Por qué me insulta de esa manera?

Ludovico ¿Insultarte? Yo digo la verdad, vives de limosna.

Bice !Nada de eso!! La familia Selciano me ha criado y mi gratitud debe ser eterna.

Ludovico Podían haberte criado de otra manera, no como has sido “criada”. Tengamos paciencia. ¡Tus diecisiete años merecen piedad!

Bice ¿Y usted? Que declara tener el puesto de beneficiario de su padre y quiere instalarse treinta años, como Próspero Segundo, ¿usted no merece piedad, quizás?
Ludovico Para nada. Quiero medrad de una situación creada por mi padre y por la familia Selciano. Mi padre está muerto y a los muertos no se les juzga. Pero a los vivos, sí. Y tú estás viva. Tú no heredaste una situación, tú la creas. ¿Y te parece que una muchacha pueda vivir una vida de continuas renuncias y privaciones? ¿A santo de qué? ¿por la familia Selciano?

Bice Si no hubiera sido por ellos…

Ludovico te habrían asignado a otra familia. El mundo está lleno de gente dispuesta a hacer el bien. También podías haber conseguido una familia más rica que ésta. Probalemente te están privando de cosas que otros estarían felices de darte. La gratitud que sientes por los selciano te hace infeliz, mezquina y hasta fea. Cosa que no eres. Se entiende que con ese vestido de cuatro pesos, rehecjho y acomodado para ti; la mirada humilde, sometida, ¿como puedes verte bella’ Sal. Vé a la peluquería, comprate lencería fina, bonitos vestidos... y mándale la cuenta al abogado..

Bice Me pondría de patitas en la calle...

Ludovico ¡Ni lo sueñes! Neither in his wildest dreams.Es un hombre de buen corazón y hace el bien sobre todo para proporcionar paz y serenidad a su espíritu. El abogado quiere posar su cabeza sobre la almohada y dormir tranquilo. Al Paraíso sólo entra el benefactor, no el beneficiario.Por tanto, para satisfacer esa aspiración suya no te debes privar de nada. No puedes ser beneficiaria y colaboradora del benefactor. Él debe recoger ingratitud; sin contar que después, estos señores, algún día te podrán reclamar el haberles limitado en su bondad a causa de tus renuncias y haberlos obligado a darte menos de lo que estaba dentro de sus intenciones. Debes exigir, ordenar. Si el abogado te echa a la calle, lo hará por una de estas dos razones: o no es un verdadero benefactor sino un egoísta, o sus condiciones no le permiten dar en proporción a tus exigencias. Para dormir tranquilo, se conseguirá una necesitada más modesta y tú, ¡fuera! Te irás de aquí sin la seguridad del mañana, pero con la certeza de que se abrirá una vía diferente y propia, tú verdadera vía que llevará a tu verdadero camino.

Bice ¿Y entonces?

Ludovico ¡Grita, patea, rebélate! Tienes diecisiete años que dan lástima.

Bice (Lo mira fijamente por un instante, luego se lleva las manos a la cara mostrando el desprecio que siente por aquello en que se ha convertido)

Amedeo (Por la izquiersa, seguido de Margherita, entrando advierte la presencia de Ludovico y lo mira con forzada toleranci, luego mira a su mujerque está todavía más indispuesta que él) Buen día.

Ludovico Buen día, abogado. Buen día, señora Margherita.

Margherita Buen día..

Bice (intenta aparentar normalidad) Buen día.

Dorotea (entra con Adele) Buen día.

Amedeo Buen día, tía. (a su esposa) ¿Qué haces? ¿Vas a salir?

Margherita Sí, debería pero no tengo tantas ganas.

Dorotea vayamos juntas, debo hacer mi acostumbrado recorrido de beneficencia, hoy visito los hospitales. Vienes conmigo , charlamos por el camino y Bice que cargue los paquetes.

Bice (resuelta) !No cargaré ningún paquete! (luego se modera) Hoy no puedo; debo hacer una diligencia por mi lado.

Dorotea (como los otros, la mira sorprendida) ¿Y a mí quién me acompaña?
Bice No lo sé, señorita Dorotea… Tampoco me toca saberlo. Debo salir por cosas mías. Por lo menos una vez yo también necesitaré algo, ¿no? Tengo que salir, con su permiso, señora Adele. Señora Margherita... discúlpenme, !quiero salir! Y otra cosa, los paquetes no se los quiero cargar más: me da verguenza. Mis diecisiete años dan lástima. (Sale rápida)

Amedeo Enloqueció...

Ludovico ¿Por qué lo dice?Alguien que quiere salir sola está loca?

Margherita Yo siempre lo dije pero ustedes nunca me escuchan. Ésa es una víbora. Esos aires de monjita son falsos. (A Amedeo) La culpa es tuya y de la tía Dorotea. ¿Cuántas veces les he dicho que la echen a la calle? Pero tú quieres hacer sólo lo que te da la cabeza... Haz comote parezca, yo me lavo las manos. (Se va por la izquierda)

Ludovico “Víbora” me parece un poco exagerado.

Dorotea ¡Usted quédese callado! Ya comprendo que bajo todo esto está su pequeña garra. no!

Ludovico Sí, le hablé a la muchacha para abrirle los ojos pero también por el bien de ustedes.

Dorotea ¿Lo entiendes, Amedeo? Te lo digo: decídete ya, dejanos la mesa limpia. ¿Me entiendes? ¡Mesa limpia!!

Amedeo ¡Justo así! Perdona, Adele, déjanos solos un momento, debo hablar con este señor.

Adele (Viendo a Ludovico) Voy… (Éste la sigue y le abre la puerta. Ella se vuelve para mirarlo, después sale)

Amedeo Siéntese. (lo hacen)

Ludovico A proposito, dado que en estas fechas se le debía hacer un traje a mi padre, como está escrito en el diario; incluso precisa que ya un sastre experto le había hecho las medidas, aunque, todavía, no la entrega . El sastre se llama cassese, esta mañana llamé desde la oficina para hacer el reclamo. Dijo que lo traía al instante. ¿Hice bien?

Amedeo Sí, ¡como no!

Ludovico Disculpe, usted quería hablarme, entonces diga.

Amedeo ¿quién es usted? ¿Qué quiere? ¿Quién lo ha enviado? ¿Cuándo se marcha?

Ludovico Poco a poco. Una cosa a la vez. ¿Quién soy? Se los dije anoche. ¿Qué quiero? Ya lo saben muy bien. He venido espontáneamente. ¿Cuándo me voy? Ya se lo pueden quitar de la cabeza, porque no me voy ni a cañonazos.

Amedeo Escuche, hablemos seriamente. Con calma, serenidad.

Ludovico Pero si yo estoy sereno y calmadísimo.

Amedeo Trataré de estarlo yo también. Mire, usted sostiene una tesis completamente errada, positivamente un absurdo. Otra persona lo habría puesto ya de patitas en la calle, pero yo soy un hombre de bien, un profesional. Se que usted es el hijo de un hombre a quien mi padre estimaba, un hombre que se puede decir que me ha criado. Usted dice ser el legítimo heredero de su padre. Pero, ¿heredero de qué cosa? Un patrimonio de sentimientos, dice usted. Pero esos sentimientos nos gustaba manifestárselos a su padre de usted, quién nos daba pena y a quien queríamos mucho. ¿Pero a usted quién lo conoce? No nos causa pena, no lo queremos para nada y no nos cae simpático. ¿Por qué deberíamos tenerlo en nuestra casa? Su padre estuvo aquí con nosotros treinta y siete años. Ha comido, bebido y convivido (Irritándose) Ha llevado la vida de una vaca indú, y si me permite, soy yo, el heredero de mi padre, quien le pregunto a usted, hijo de Don Próspero, ¿quién me indemniza a mí de cuanto mi padre ha gastado en él? ¿Usted es su hijo? Pues, pague. Se ha hecho presente solamente después de su muerte. Me excusa, pero esto no quedó muy lucido de su parte. Usted tenía el deber de mantener a su padre, no debía permitir que viviese de limosnas. Usted debía pensar en él.

Ludovico (amargo) ¿A los cuatro años? ¿Sabe por qué, después de la muerte de mi madre, nunca dió muestras de vida? Porque encontró bienestar y vida cómoda aquí, en su casa. Perché trovò benessere e vita comoda qui, in casa vostra. Sospecho yo, aquí no le faltaba nada, vida cómoda y tranquila. ¿Por qué crearse dolores de cabeza buscando a su hijo? El hombre es más feliz cuando no tiene responsabilidad alguna, cuando permanece sin hacer nada. El hecho ahora es éste, mi padre, con la complicidad del suyo, no trabajó, no produjo nada, desperdició la vida. Y de esto, ¿quién ha sufrido un daño? Yo. ¿Y a quién debo reclamarle? A usted.

Amedeo ¿A mí?

Ludovico Sí. Porque si su padre se hubiera encargado de sus propios asuntos, mi padre habría trabajado, construído y yo entonces habría heredado ese patrimonio sustancial y tangible.

Amedeo ¡Hágame el favor! ¿Qué habría podido construir su padre? Estaba en la miseria y papá lo recogió cuando casi moría de hambre.

Ludovico ¿Y quién lo obligó a recogerlo y alimentarlo?

Amedeo ¿Para usted la caridad cristiana no cuenta?

Ludovico Cuenta, ¡cómo no!… Pero no se necesita exagerar. Una ayuda discreta habría podido regresarle la fuerza, la confianza en sí mismo para continuar luchando. La buena samaritana le dió un sorbo de agua al sufriente, no le hinchó la panza con agua. Nosotros no podemos ser los que distribuyan el bien y el mal, desconocemos sus proporciones. Su padre tuvo la soberbia de ponerse por encima de una ley distribitiva que probablemente existe. Dice: “pero tenía los zapatos rotos y moría de inanición”. Pues yo, en esas condiciones, le doy un auxilio momentáneo y luego lo pongo en la puerta. Ustedes en cambio lo han mantenido en casa treinta y siete años.

Amedeo ¿Está diciendo que mi padre beneficiando a Don Próspero le ha proporcionado un perjuicio a usted? Entonces, según usted, ¿el error, quién ha cometido?

Ludovico Su padre de usted.

Amedeo ¡Buenisimo!

Ludovico ¿Lo admite?

Amedeo Lo admito.

Ludovico Continúe.

Amedeo Está claro que quien yerra paga. El resarcimiento si acaso se lo debería pedir a mi padre. Pero entonces se encuentra usted frente a una sola dificultad: mi padre está muerto. No creo que quiera ahora agarrase con los muertos.

Ludovico Pero ustedes aceptaron la herencia de su padre. Si hubiese tenido alguna deuda, habrían debido pagarla. La herencia se acepta con los activos y los pasivos, con sus debes y haberes. Yo soy un “debe” que han aceptado. Una deuda moral de vuestro padre que deben pagar.

Amedeo Usted apela a una moral extravagante, es toda una novedad. Claro, no puede entrar en el campo de lo normal.

Ludovico Los sentimientos son innumerables, infinitos, y son sensibles hasta el punto de que un error los puede hacer concretarse: yo existo. (pausa) Existo para ustedes en tanto que el error de su padre me ha puesto en medio de su camino. Además, ¿está seguro de que mi padre no le ofrecía cierta comodidad al suyo? ¿eran sólo la caridad cristiana y la bondad del corazón las que lo impulsaban?

Amedeo ¿Com sería, si no?

Ludovico ¿Usted no me ha dicho, y luego está escrito en el diario, que su padre discutía con el mío todas sus causas legales?

Amedeo ¿Qué quiere insinuar?

Ludovico ¿Esas discusiones no le ayudaban en nada? ¿El juicio más importante, aquel que le procuró la fama, no lo ganó con la tesis que mi padre había producido en esas largas contradicciones?Aquí se encuentra escrito... (Lee el diario) “ Bajo tu arco del triunfo, querido Matteo, podría pasar también yo, con la frente en alto, sin sonrojarme.” Mi padre era un hombre inteligente, lo veo en sus escritos y en su sistema de vida. ¡Inteligentísimo! A pesar de ello era desganado y flojo. Ahora son dos los puntos, en calidad de heredero, o me nombran Próspero Segundo, o me pagan en moneda contante y sonante el patrimonio que mi padre quizás habría construido.

Amedeo ¡En suma, conconcluimos! Yo en casa no lo puedo tener, primero porque le es antipático a todos y luego porque no acepto imposiciones. Usted se equivocó. En ningún código del mundo podrá encontrar un solo artículo que avale semejante extravagancia. Usted legalmente...

Ludovico Me equivoqué, lo sé. Pero usted también puede estar equivocado. El artículo falta tanto para mí como para usted. Pero de todos modos le ruego que no me hable de derecho legal, sino de derecho humano, sentimental. O desciende voluntariamente hasta mi territorio o lo hago descender yo mismo.

Amedeo Y yo lo echo fuera a patadas, ¿me entiende? No se da cuenta de que no estoy dispuesto a soportarlo. Yo llamo a la jefatura, o al manicomio y lo hago internar.

Ludovico Mire que está muy exaltado... Los enfermeros no sabrán a quién llevarse, a usted o a mí. Calma… (pausa) Además de los papeles, cartas y documentos de los que hablaremos más tarde, en la cajita que me ha hecho llegar al hostal encontré un revólver. Sobre su empuñadura hay inscrita una frase, “Nunca se sabe”. Este pequeño revólver fue adquirido justo después de la pelea con su padre, quien después de treinta años lo quería echar a la calle. Mi padre pensó: “Demasiado tarde. Ya soy un viejo... ¿Quié hago? ¿A dónde voy? Me compro un arma para defenderme de mi benefactor” (Saca del bolsillo el revólver) Aquí está. (Lee la inscripción) “Nunca se sabe” La llevaré siempre conmigo... nunca se sabe.

Amedeo ¡No sabe ni lo que dice ni lo que hace... Violación de domicilio, amenazas a mano armada, me basta eso para hacerlo entrar en la cárcel!

Ludovico Para que la ley tome en consideración ciertas tesis disparatadas y absurdas como usted califica la mía, se necesita apelar a lo irreparable. Desde el momento en que usted no quiere descender a mi terreno;, yo no tengo más remedio que plantarme en el suyo: le disparo. Apenas hayan desalojado al muerto se abrirán las vías legales. Mi tesis será discutida por hombres que, quizás, encuentren oportuno agregar un nuevo artículo al código que podría ser más o menos éste: “aquel que, para dormir tranquilo y para acaparar un puesto en el Paraíso, beneficie más de lo normal a un semejante, dejando de tal modo sin frutos un capital humano y responsabilizando de esto a la caridad cristiana, será castigado con la reclusión por años y años...” Si no me dan la razón, usted no podrá ni siquiera satisfacerse con eso porque estará muerto y en este juicio no podra comparecer ni siquiera como testigo.

Amedeo Pero si yo lo acepto en casa, cometo el mismo error de mi padre, crearé también un desertor de la vida. ¿Le parece justo?

Ludovico Mi padre tenía unas responsabilidades, me tenía a mí. Yo no tengo a nadie. Si malgasto mi vida no perjudico a ninguno. Así que, sin remordimiento alguno, me quedo aquí como Próspero Segundo.

Amedeo No. Esto se lo puede ir quitando de la mente. Liquidemos la cuestión: ¿cuánto quiere? Agarre un puñado de billetes de mil y se marcha

Ludovico Helo allí: ésta es una vía. Usted me da una liquidación y buenas noches. Pero me habla de un puñado de billetes de mil.

Amedeo ¿Por qué? ¿Cuánto quiere usted? ¿Puñados de millones?

Ludovico ¿Quién los tomará? ¿Se da cuenta de la situación? Yo estaré satisfecho sólo cuando me entregue todo el patrimonio que mi padre habría podido construir en treinta y siete años. ¿Quién lo puede determinar? Usted mismo me dijo que en los últimos tiempos se apasionaba por la física moderna¿y si inventaba alguna cosa? ¿Y si hacía un descubrimiento importante? ¡Su pago se limitaría a una limosna!. Y tampoco me sentiría satisfecho. Óigame, no le conviene. Acépteme como Próspero Segundo.

Amedeo Está bien, quiero descender hasta su terreno. Se quedará en mi casa, pero admitirá que existe una contrapartida. Su padre hacía lo que fuera por resultar útil a cambio de la limosna que le hacíamos.

Ludovico Ciertamente. Una vez que haya descendido hasta mi terreno, si lo decepciono en un solo sentimiento tiene todo el derecho de echarme a la calle.

Amedeo Muy bien. Si debo dar, también quiero recibir. Su padre hablaba con el mío de todos sus casos tribunalicios.

Ludovico Discutiré los casos suyos con usted.

Amedeo Realizaba los encargos de toda la familia.

Ludovico Los realizaré también

Amedeo Nos hacía compañía y nos divertía..

Ludovico Los divertiré.

Amedeo Acompañaba a Tía Dorotea en sus recorridos de beneficencuia, nos hacía las compras.

Ludovico También las haré.

Amedeo (al colmo de la exasperación) Nos burlábamos de él, lo zaheríamos, nos reíamos en su cara.

Ludovico Se reirán en mi cara. ¿De acuerdo?

Amedeo De acuerdo (Se estrechan las manos y salen, Amedeo hacia la derecha y el otro hacia la izquierda)
Caterina (Entra a preparar la mesa con cinco cubiertos. Un poco después viene Ernesto seguido del sastre portando un envoltorio con el traje para Próspero)

Ernesto (a Caterina) Trajo el tyraje nuevo para Don Próspero.

Caterina Entonces está equivocado. Desde hoy sus trajes se los puede llevar al cementerio.

Cassese Sé que Don próspero está muerto, pero esta mañana me telefoneó y me dijo “El traje igual lo debe traer porque me corresponde a mí que soy su hijo. El abogado Selciano está de acuerdo”. Así que heme aquí.

Caterina Entendido. Entonces debe entregárselo a Don Próspero Segundo.

Cassese ¿Don Próspero Segundo?

Ernesto El hijo.

Cassese ¿Puedo entrar?

Ernesto Anúnciese y acomódese.

(Cassese toca a la puerta de Ludovico, luego entra. Caterina e Ernesto contiúan poniendo la mesa, cuando está lista, se van)

Dorotea (Entra con Margherita, Amedeo y Adele) ¡Yo no soportaría una imposición de esa naturaleza!

Margherita ¡Por supuesto! ¡El buen corazón, la bondad, hasta cierto punto! Yo lo sacaría fuera a patadas.

Amedeo Sí, pero... ¿Y... el “nunca se sabe”?

Dorotea ¿Qué quieres decir con “el nunca se sabe”?

Amedeo Basta con que yo lo sé. Con un hombre semejante les garantizo que no se puede bromear. ¡Vaya y haga el bien! Es un aprieto, un problema serio. Tras el padre ahora disfrutaremos también del hijo.

Margherita ¡Pero cógelo del brazo y sácalo por esa puerta!

Amedeo Me dispara. ¿Me entiendes? Y lo hará porque no tiene nada que perder. Es u delincuente... ¡Quién sabe qué infancia y qué juventud ha tenido! ¿Qué ejemplos ha podido recoger uno que ha sobrevivido en medio del mar? ¡Un pirata, un contrabandiste!

Adele Bueno, tampoco es todo culpa suya. El papá se había desinteresado por completo.

Amedeo ¿Y por qué no la agarra con él? Pero me dijo que hará todo aquello que hacía el padre. Estaremos pendientes. Dice que si me desencanta aunque sea en una sola cosa tendré el derecho de echarlo. Debe hacer todo lo que hacía su padre. Quiero ver cuánto resiste.

Ludovico (Sale de su cuarto seguido por Cassese. Lleva puesto el traje nuevo, la chaqueta le queda grande por todos lados y los pantalones igualmente) ¡Buenísimo, para mí está buenísimo!

Cassese Irá muy “buenísimo” para usted, pero para mí no. (a Amedeo) Dice que lo debe llevar así como está. ¡Su padre era el doble de él!

Ludovico usted no debe interesarse en ciertas cosas. .

Cassese No, yo me intereso porque usted lleva un traje cosido por mí, y la gente no está al tanto de si el chiflado es usted o el cretino soy yo.

Ludovico Yo, así lo debo usar.

Cassese Entonces déjeme que le quite mi etiqueta.

Ludovivo No, la etiqueta no me la quita porque a mí me corresponde un traje confeccionado por usted y con su etiqueta.

Cassese Pero usted hace el ridículo. La gente en la calle seguro se reirá en su cara.

Ludovico Bravo, usted lo ha dicho. Debo causar risa. ¿No es cierto, abogado? Debo hacer de mamarracho, esa es mi herencia. ¿Por qué habré de modificar una situación creada por mi padre?

Cassese ¡Es una locura!

Amedeo ¿Por qué no quiere que le ajusten el traje?

Ludovico Porque yo respeto la letra del pacto. Usted no debe perder nada. En el terreno de los sentimientos no puedo decepcionarlo. Si lo hago ajustar para mí, usted podría acusarme de vanidad, y la vanidad es un sentimiento que yo no debería tener, puesto que no lo he heredado. El traje así se queda.

Cassese Abogado, yo mejor me voy.

Amedeo Hasta luego, entonces.

Cassese Que tenga un buen día. (sale)

Ernesto (desde la mesa) El almuerzo está servido.

(Dorotea, Margherita, Adele y Amedeo toman sus puestos en la mesa, intercambian miradas de impaciencia ante la presencia de Ludovico)

Ludovico (observa contando los puestos de la mesa) ¡Ernesto! Falta un puesto en la mesa. Yo, ¿dónde me pongo?

Ernesto Si el patrón no me da instrucciones , no puedo ponerme a disponer por mi cuenta.
Ludovico Lo más justo. Pero yo tengo el deber de indagar. Yo miro, observo. (Toma de su bolsillo el diario y saca una hoja que tiende sobre la mesa como un mapa de guerra) Mi padre diseñó este comedor junto con la disposición de los puestos en torno a la mesa. Ése es el sitioo del abogado, éste el de la señora Adele, aquí la señorita Bice, que no ha llegado pero que en sólo momentos estará aquí... (indica el sitio donde está Dorotea) Perfecto. Lo siento pero está claro: falta el sitio para la señora Dorotea.

Caterina (Vista la escena)La señora Dorotea nos dio la orden de cambiar su sitio por el de Don Próspero Primero porque la luz en los ojos la incomodaba.

Ludovico Lo siento, ese lugar es parte de la herencia de mi padre y si la señorita Dorotea desea cambiarlo por el suyo, debe por lo menos pedirme permiso. Señorita Dorotea, ése es mi sitio.

Dorotea ¿Y por qué? Disculpe..

Ludovico Porque me lo ha dejado mi papá.

Dorotea ¿Sí? ¿Y con cuál derecho?

Ludovico Lo debería saber usted más que yo, porque atañe a su consciencia. (indica la hoja de papel) ¡Aquí está el plano! ¡En el plano consta! No lo establecí yo. Inconscientemente, pero con toda responsabilidad, lo estableció usted y para peor a mis espaldas. Ahora, por este indiscutible dato de hecho, si la señorita Dorotea no se levanta voy a armar la de San Quintín.

Margherita (levantándose) Usted no arma aquí la de nada, porque si mi marido no tiene el coraje de ponerlo en la calle, lo hago yo.

Dorotea Yo de aquí no me alzo ni que venga un regimiento de carabineros.

Ludovico Los carabineros no tienen nada que ver porque por convencionalismos sociales le darían la razón a usted. ¡Deben tener el valor de sostener su derecho frente a mí y después veremos si la señorita Dorotea se levanta de mi puesto o no!

Amedeo La señorita Dorotea no se levanta. Tía, si te quitas de esa silla juro que me voy a enfurecer.

Ludovico ¿Y yo dónde me pongo?

Amedeo ¿Y por qué se debe poner a la mesa??

Ludovico Porque tengo el derecho.

Amedeo ¡Basta! Ya estoy harto. Ésa es la puerta, salga inmediatamente poorque no podemos soportar más allá sus extravagancias. Que se vaya, le digo. (Se levantan todos agitados) Ernesto,a ayúdame. (Ernesto va a encimarse a Ludovico para sacarlo)

Ludovico (Fríamente extrae el revólver y apunta a todos)) Ernesto, no te muevas. (pequeño grito de las mujeres. Ernesto retrocede asustado) A la mesa. Cada uno en su sitio. Siéntense y coman (Obligados por la amenaza, todos toman su sitio. Dorotea va a sentarse de nuevo pero...) No, tía, no. Ése es mi sitio. Usted allá. (indica un sitio) Ernesto, Caterina, sírvannos. (Obedecen. Todos rechazan el antipasto, sólo Ludovico se sirve abundantemente) Como ven, nada ha cambiado para ustedes. El heredero de Don Próspero, para ustedes Don Próspero Segundo, es como si fuera Don Próspero Primero. Ustedes no deben echar de menos nada. Yo respeto los pactos. ¿Don Próspero les hacía compañía? Yo les hago compañía. Don Próspero se hacía tomar el pelo por la servidumbre, para divertirles y yo me haré tomar el pelo para vuestro placer. Siempre por divertirles, Don Próspero escribía poesíaa y, cuando se las leía en la mesa, había quien se reía, quien le lanzaba una servilleta a la cara... Y la poesía terminaba siempre entre un coro de carcajadas y silbidos. Por tanto, ¡coraje! He aceptado la herencia con sus activos y pasivos, lo que debo tener lo quiero y lo que debo dar lo doy. (Saca del bolsillo un papel) Encontré estos pocos versos que mi padre había escrito para leérlos a la mesa y entretenerles un rato. Naturalmente sabía muy bien como iría a terminar esa lectura. Yo como heredero se los leo esperando silbidos, carcajadas y servilletas a la cara.
(con voce stentorea)
Hacia las árduas cimas en las que se refugia el poeta, donde suena aún de Mirón la cítara, quiero elevarme con alas liberadas al vuelo y vagar sin riendas por el éter…
(a Amedeo) En este momento me puede tirar una servilleta a la cara...(Amedeo tiembla pero no se mueve) ¡Atrévase! Si no lo hace yo no podré continuar... es necesario. Vamos. (Le ofrece una servilleta a Amedeo) ¡Coraje!

Amedeo (obedeciendo) ¡Tome!

Ludovico (Con voz irónicamente compasiva) Lo sabía... ¡Déjenme recitar esta poesía que es muy bella! (lee) Y desafiando al céfiro en su curso... Aquí vendría bien una carcajada. Déjela salir. señora Margherita. (Ella se queda inmóvil. Él la apunta con el revólver) Que se ría, señora.

Margherita (prorrumpe en una carcajada de rabia contenida)¿Está contento?

Ludovico ¿Yo? Usted debe estar contenta. No puede perderse la diversión. Es parte de la contraprestación... Entonces (lee)
Y desafiando al Céfiro en su curso- digo el Céfiro por decir cualquier otro viento- cansado pero no extinto, quiero asentarme al dorso del firmamento. Aquí se requiere un silbido. (Mira alrededor) ¿No hay voluntarios? Lo hago yo mismo. (rechifla)

Amedeo Éste sí que es un pedazo de hombre.

Ludovico (lee)) Y echado a la sombra de un abeto,
dulce abrigo en un bosque de ayas
punteando las cuerdas extraeré un acuerdo
divino como Apolo a quien comprometo
confirmando con un rayo que en los cielos estalla,
y sancionado queda para mi recuerdo.
(Durante la lectura, sutilmente, Ernesto le quita el plato de antipasto y lo sustituye por una cesta de panes. Dorotea ríe) ¿Dónde está mi antipasto? (se finge sorprendido y molesto esagerando para inducir la risa en los demás) ¿Pero por qué no me dejan en paz?… (a Ernesto) No te lo permito, ¡¿sabes?! Pero yo igual termino la poesía.
Y a la sombra de un geranio. (malvón)

Amedeo (Divertido) Oh, ya basta, ¿quiere dejarlo así? (Le lanza una pelotica de pan a la cara)

Ludovico (lee) Sacaré de mi lira la canción más hermosa…

Tutti Basta, basta, ¡acábela ya!

Ernesto Mejor se la hago terminar yo. (Le arroja un vaso de agua encima) ¡Tenga! (todos ríen)

Dorotea (Casi en lágrimas) Me está haciendo reír sin ganas... Pues claro, justo hijo de tal padre.

Ludovico (Tornandse serio y agresivo) ¡No! Tiene que decir, “justo heredero de tal padre”. Lo que se hereda no se hurta. Si dice justo hijo de tal padre, le disparo. (cambia de nuevo al tono ironico y auto conmiserativo) ¡Ríanse! ¿Ríanse! (Todos obedecen bajo la amenaza del arma. Cuando las carcajadas se hacen grotescas y casi histéricas, posa el revólver junto al plato y dice secamente) Basta! ¡A comer!


ACTO TERCERO


El mismo lugar. Ha transcurrido un mes. Es de noche.



Ludovico (entra seguido por Caterina) ¿Quién está en casa?

Caterina La señora Dorotea y la señora Margherita. La señora Adele salío como a las cinco y todavía no ha regresado.

Ludovico ¿Y la señorita Bice?

Caterina Salío justo después de la merienda. La señora Margherita estaba enojadísima por la forma en que se comporta de un tiempo a esta parte.

Ludovico Es decir del mes mes pasado desde la llegada de Próspero Segundo… ¿Y el abogado?

Caterina No está.

Ludovico Está bien, puede retirarse. (Caterina sale. Ya solo se acerca a l tocadiscos y pone una canción napolita. Tras un momento, entra Dorotea y se queda escuchando nostálgica)

Dorotea ¡Qué bella! (reclamando en su mente un bello recuerdo)
Uocchie de suonno nire, appassiunate…

Ludovico ¿Cuántos recuerdos, verdad?

Dorotea ¡Ni qué decir!

Ludovico Venga acá… (Ella se avecina) Siéntese… (Ella se sienta no lejos del tocadiscos. Ludovico se aleja de ella que escucha en extasis la canción. Él suaviza la luz en un interruptor. La escena se queda en penumbras, con la sola asistencia de una lamparita de mesa. (abat-jours). Ël se acrca en punta de pies, le pone una mano sobre los ojos y le besa la frente)

Dorotea (Sin poder distinguir la realidad del sueño) Próspero… Próspero! (Ludovico apaga el tocadiscos y enciende la luz. Ella se agita volviendo a la realidad) Oh, disculpeme, discúlpeme. (Entiende que Ludovico conoce su secreto, temerosa, con un hilo de voz) Prométame que no dirá nada a la familia.

Ludovico Usted era su amante.

Dorotea (Débilmente) ¡No es verdad!

Ludovico Tranquila. Yo conozco vida y milagros.... Citas nocturnas, caminatas al claror de la luna y hasta sus amenazas de suicidio cuando mi padre quizo dejar esta casa. ¿Qué hizo usted del broche de brillantes en forma de corazón?

Dorotea Lo llevaba siempre al pecho como recuerdo suyo. Me lo robaron.

Ludovico Un broche con esa forma es un símbolo. Quería decir que mi padre le había entrefado su corazón.

Dorotea Fue el único que me quiso…

Ludovico Lo se. En su diario habla mucho de usted.

Dorotea A usted me encomiendo, no le diga nada a nadie. Mi vida no fue fácil... (retirándose) No hable de esto, se lo pido como a un hijo...

Ludovico Casi lo soy. (Ella sale.Él va a su habitación y cierra la puerta)

Amedeo (Entra con Lorenzo) Ahora sí va a bsaber quién soy yo. ¡Lo quiero sacar a patadas!

Lorenzo Hágame el favor: cuando lo eche quiero estar presente.

Amedeo En justicia, usted también debe lograr una satisfacción... Bribón. ¡Lo agarramos con las manos en la masa!

Lorenzo Precisamente. Por otra parte se le podía leer en la cara. Lo lindo de todo es que se atreviera a proponérmelo a mí. ¡A mí que he servido a la familia por años y con entera devoción!

Amedeo ¡Qué cara dura!

Lorenzo Merecía un saco de trompadas, pero como había decidido llevarle la corriente hasta capturarlo en falta, lo he secundado.

Amedeo Usted hizo bien, pero ahora no quiero perder ni un minuto. (Hacia la recámara de Ludovico) Oiga, usted, venga acá un momento.

Ludovico (Entrando) ¿Qué deseaba?

Amedeo Dichosos los ojos...

Ludovico Esta mañana fui a su oficina pero no lo encontré. Esperé una hora, luego pensé, “no regresará”. Y me vine de nuevo a casa.

Amedeo Le creo.Salí de la oficina a las diez y media de la mañana y usted todavía no había llegado. Usted es un dormilón. Yo, por la mañana, me levanto a las seis y media, máximo a las siete!

Ludovico Es natural. Usted no tiene ningún motivo para flojear. Por la mañana a a su oficina en calidad de jefe. Lo cual significa que no debe hacer nada. Está el procurador que lo hace todo. Luego está éste (señala a Lorenzo) Yo, en cambio, cuando despierto y me viene el desgano.

Amedeo Eso, su padre, no lo decía y nunca lo habría dicho.

Ludovico Aunque lo pensaba… Y lo anotaba en su diario. (lee) “¡ Tanto es listo el padre como tonto el hijo! ¡Cuanto hay de cierto en que la inteligencia se salta a veces una generación!” Tanto puedo yo decirlo, puesto que tengo el derecho a hacerlo.

Amedeo Así que yo soy poco inteligente, ¿verdad? ¡Pero usted es un vagabundo y un ladrón! Yo seré poco inteligente pero usted no ha estado la mar de brillante.

Ludovico ¿ Pero aué está diciendo?

Amedeo Agarre sus cuatro trapos y lárguese inmediatamente, o de otro modo lo entrego a la policía. Y esta vez no voy a reportar una amenaza, sino un hurto. ¡Ladrón! ¿Así vigila usted mis intereses? Enbolsillándose cienmil liras de sobreprecio.

Ludovico !Pero si le he dado cincuenta mil a él! (Indica s Lorenzo)

Lorenzo Ni se le ocurra nombrarme. De ese dinero y de la carta que lo acompañaba ya le hablé al señor Selciano. Quise hacerle entender quién era usted realmente y qué cosa tramaba. Y le dije también que no lo abofeteé ese día para poder llegar a esto, y hacerle echar a patadas. Pero si tan solo se permite nombrarme lo agarro a trompadas.

Amedeo ¡Y entonces? ¿Le comieron la lengua los ratones?

Ludovico Tiene razón, soy un ladrón.

Amedeo Esa es la puerta. Salga. No pretenderá quedarse aquí después de lo que hizo.

Ludovico Voy a recoger mi maleta y mi cajita. Quisiera sólo pedirle un favor, llame a su familia y écheme a la calle en presencia de ellos. Todos deben saber que soy un ladrán y que he robado: se lo ruego.

Amedeo Si es por eso, se le complacerá.

Ludovico Con permiso. (va a su recámara)

Lorenzo ¡Pero qué descarado!

Amedeo (a Margherita y Dorotea che vienen entrando) Vengan, vengan, presenciarán a una linda escena.

Dorotea ¿Qué ha pasado?

Amedeo Nos hemos liberado de Don Próspero Segundo.

Margherita ¿Y cómo se decidió?

Amedeo ¿No se decidió él. Ño hicimos decidirse nosotros.

Ludovico (Sale de su habitación con maleta y cajita. Se planta en el centro del salón y mira en torno) esce dalla sua stanza con valigia e cassetta. Si piazza al centro della scena e guarda intorno) Heme aquí. ¿Estamos todos? Falta la señora Adele, pero no importa. Señor Amedeo, por favor. Insúlteme, averguénceme, me lo merezco.

Amedeo Lorenzo, hable usted.

Lorenzo Sí, hablo yo. Según disposiciones de usted, a él se le autorizó para tratar en nombre de la familia la compra de una finca cerca de Formia. Nos trasladamos al sitio para revisarlo con nustros propios ojos. La gestión se desarrolló de esta manera. La finca costó cien mil liras menos de la cantidad que ustedes han desembolsado por ella. Se puso de acuerdo con el anterior propietario y el contrato que firmaron le ha proporcionado cien mil liras de utilidad. Dado que sin mi intervención no habría podido consumar el hurto, creyó que podía llegar a un arreglo conmigo. ¡Conmigo! Y tuvo la ingenuidad de mandarme la mitad del dinero acompañado de esta carta (La saca del bolsillo y lee) “Distinguido señor Lorenzo de Ricco, como acordamos le envío un vale bancario de cincuenta mil liras. Como verá, el primer asunto tratado a nombre del abogado Amedeo Selciano ha dado sus frutos. Esperando que ésta sea el inicio de una larga serie de ganancias, lo saludo. Ludovico Ribera. Yo con una mano agarré el vale y con la otra lo entrego a ustedes. (Lo hace) Así que ya tienen el derecho de echarlo a la calle.

Amedeo Para usted sòlo queda una vía para salvarse. Entregarme inmediatamente las cincuenta mil liras y desalojar; de lo contrario, como le he dicho ya, llamaré a la jefatura y lo entrego a usted a la guardia.

Ludovico ¡Poco a poco! Sin una justificación de su parte yo no le puedo restituir esa suma.

Amedeo ¿Una ustificación? Querrán ver que él roba y yo debo justificarme?

Ludovico Pero claro. Frente a mí, ladrón, son ustedes quienes deben avergonzarse. Las responsabilidades, señores míos. Debemos pensar en las responsabilidades. ¿Por qué los detesto? ¿Por qué los atormento? ¿Por qué robé? Estos tres “porqués” los queremos poner en su sitio, ¿no? Entonces, yo les dije, y estuvimos de acuerdo en que en el momento en que los hubiera traicionado en un solo sentimiento , ustedes tendrían el derecho de echarme con mis bártulos a la calle. ¿No es verdad? Después ustedes ripostaron, y estuvimos de acuerdo, que para permanecer en esta casa como heredero de mi padre debía hacer todo lo que él hacía, ¿cierto? (pausa) Mi padre robaba.

Amedeo ¿Su padre?

Ludovico Precisamente. En esta cajita están todos los documentos.

Amedeo ¡Qué bonito que lo reconozca!

Ludovico No, insigne señor, aquí no necesitamos un juicio tan superficial, se necesita profundizar un poco. ¿Cómo habría podido mi padre guardar un poco de dinero si su padre no le daba tiempo ni manera de ganarselo? ¿Qué otra cosa habría debido hacer en treinta y siete años en esta casa?

Amedeo Habría debido adorar a nuestra familia. Ludovico
Y por el contrario, la odiaba. El beneficiario odia al benefactor justamente por el agradecimiento que le debe. Porque no crean que el benefactor se contenta con un reconocimiento normal... Cuando te ha dedicado una buena acción, entonces pretende quién sabe que cosa... De hecho sde aficiona al beneficiario porque beneficiándolo cree que lo está comprando hasta hacerlo una cosa de su propiedad. De lo cual se deduce que la caridad cristiana en esto no tiene propiamente nada que ver. Tiene más que ver un bárbaro deseo de dominio, de posesión que el hombre tiene en relación con los demás hombres. Yo, robando, no los he engañado, más bien los he hecho confirmación del daño que me han causado. He robado mediante el mismo sistema usado por mi padre, con la complicidad del administrador, el señor Lorenzo de Ricco, aquí presente... Sí, porque mi padre robaba de acuerdo con él. El señor Lorenzo de Ricco se alegró mucho de la muerte de mi padre porque como socio no le era suficientemente cómodo, le quitaba la mitad de las ganancias. (Toma una carta de la cajita) Pasemos a la documentación. (lee) “Querido Don Próspero, como acordamos le envío cincuenta mil liras en un vale bancario. Como puede ver, el primer negocio a nombre del abogado Selciano ha rendido buenos frutos. Espero que ésta sea la primera de una larga serie de ganancias. Suyo Lorenzo de Ricco”. Evidentemente, el señor de Ricco, no recordaba esta carta fechada en 1920, de otro modo le hubiera saltado a los ojos que la mía es la copia idéntica de ésta. En la cajita hay nueve cartitas más, que dan cuenta de la sustracción de ciento setenta mil liras. Como ven, yo para estar a la par debo robar todavía otras ciento veinte mil. Pero ya veremos, apenas tenga la oportunidad...

Amedeo Lorenzo… (éste no responde, después de un momento de duda, sale con la cabeza baja)

Ludovico En la cajita encontré cartas, documentos pero ni siquiera la sombra de un céntimo. Por lo tanto, yo, como heredero, debería preguntarles por el paradero de esas ciento setenta mil liras robadas por mi padre. Sin embargo, yo sé donde han ido a parar. Y lo sabe un poco también usted, señor abogado. Cuando se es muy joven y se vive en la abundancia y la comodidad, sucede que cualquier tarde se pierden veinte o treinta mil liras en el juego. Y esto, ¿a quién se le confiesa, sino al amigo de la familia? “Tú cuentas con la confianza de papá... debes obtenerlo falseando las cifras de la tal compra que te asignaron... Mira que en esa deuda va comprometida mi palabra...” La deuda termina por ser pagada. Luego tal usansa se convierte en un acuerdo y el acuerdo entra finalmente entre las costumbres normales de la vida.
Margherita Amedeo… (Amedeo baja la cabeza, no se atreve a hablar)

Ludovico Mi padre compraba joyas… (Saca una factura y lee) “Anillo de oro con rubíes y brillantes: doce mil liras, pagado. (Otra factura) Broche de oro con brillantes, con forma de corazón: diez mil liras, pagado. Y aquí está una carta muy tierna que vale la pena leer (Lee) Próspero mio, ssi tú me dejas, si te bas de esta casa, yo me mato...” (Dorotea se sienta y llora humildemente)Es evidente que no se descuidó un detalle para dejar clavado a mi padre en esta casa.

Margherita ¡Tía Dorotea…!

Bice (Entra. Completamente trasformada. Traje elegante, peinado a la moda y la alegría de vivir en los ojos. La sigue Ernesto con un paquete en una mano y en la otra un sobre con la factura de la casa de modas. Todos la observan maravillados) Buenas.

Amedeo Pero, ¿quién es ésta?

Bice Bice, soy Bice, ¿no me reconocen? Necesitaba tanto comprarme un vestido... ¿estoy bien así? Señora Margherita, mire el peinado… Y los zapatos, ¿le gustan?

Margherita Pero, ¿quién te ha dado el dinero para todos esos gastos?

Bice nadie. El peluquero y el zapatero mandarán la cuenta más tarde y la del vestido la tiene el dependiente de la tienda que erspera allí fuera.

Amedeo ¿Ah, sí? ¿Y quién paga? (Bice no responde)

Ludovico (A Bice, sottovoce pero de modo que todos lo oigan) Sea franca, coraje: ¡paga el abogado Selciano!

Bice (Repite como un loro) Paga el abogado Selciano.

Amedeo ¿¡Yo!?

Ludovico (c. s.) Cierto, usted es mi benefactor.

Bice (c. s.) Cierto, usted es mi benefactor.

Amedeo ¿Pero la oyes, Margherita? Esto es una enormidad tremenda.

Ludovico (c.s.) ¿Y por qué? Usted es quien quiere hacer el bien.

Bice (c.s.) ¿Y por qué? Usted es quien quiere hacer el bien.

Ludovico (c.s.) No hago más que secundarlo, pero tampoco quiero desaprovecharlo.

Bice (c.s.) No hago más que secundarlo, pero tampoco quiero desaprovecharlo

Margherita ¡Lárgate! En nuestra casa no hay sitio para ti. Ya es bastante. ¿Hasta dónde vamos a llegar?

Amedeo Ahora arreglo yo esto. (a Ernesto) Tú, ven acá. El dependiente de la tienda está fuera?

Ernesto Sí.

Amedeo Dame las cuentas. (Las toma de las manos de Ernesto y lee el total.) Yo pago, sea por la paz del mundo. Dile al dependiente que en el futuro no seremos más responsables por las compras de esta señorita, que no la conocemos. La misma advertencia se la haremos a los demás. (Ernesto sale)

Margherita (Contrariada e agresiva) No tenías que pagar. Debías echarla a la calle.

Amedeo Yo sé lo que hago. (a Bice,en tono contenido) Ey, tú, expliquémonos bien. Nosotros continuaremos haciéndote la limosna de tenerte en casa, porque a tu edad no nos es lícito echarte a l medio de la calle. Quítate esas ilusiones de la cabeza. Continúa llevando la vida que llevabas y agradece a Dios que te ha hecho caer aquí. Si no te gusta, ésa es la puerta. Se acabó la beneficencia, no le doy ni un entavo más a ningún mendigo, ni que lo vea muriendo.

Ludovico ¡Abogado, finalmente! ¡Me parece que lo ha entendido!

Amedeo Con usted las cosas irán de otroa manera.

Ludovico Claro, pero recuerde que en esta vida “nunca se sabe”.

Amedeo Lo recordaré.

Margherita Sólo yo entendí desde el principio de qué material estaba hecho éste. (sale tras Amedeo)

Bice (Abatida, mira a Ludovico)

Ludovico No sé. El mundo es pequeño. Dentro de un día, dentro de un mes, dentro de un año nos encontraremos y tú , a tu vez, me lo dirás a mí. Las calles inventan a los hombres. De hecho, frecuentemente llevan el nombre de los hombres por ellas inventados. A mí me crió una conserje. Pobre mujer, hacía lo que podía, yo, sin embargo sabía que no era mi madre... En el segundo piso de aquel palacio, vivía una familia: marido, mujer e hijo. Un niño de mi edad, débil y enfermiso; casi siempre tenía fiebre. Con frecuencia me llamaban para que le hiciera compañía, porque yo era simpático. Los niños mimados siempre guardan admiración por los niños pobres. Lo recuerdo como si fuese ahora... ¡cuántos juguetes tenía aquel niño! Yo me ponía cerca de su camita y miraba: trenes, barquitos, fuciles, soldaditos, trompetas, dianas de tiro... el aro. Todavía hoy cuando paso por un jardín donde hay niños jugando con el aro... todos sudados, sonrientes, felices... Me detengo y paso horas viéndolos. De niño nunca jugué con el aro...
Papá se quedó aquí, ¿por qué quieres cometer el mismo error que él? Mírame y encontrarás la fuerza para marcharte.

Bice (Resuelta) Sí. (alude al vestido que lleva puesto) El vestido lo dejo.

Ludovico No. El vestido es tuyo. Lo has pagado. ¿Te parece poco lo que te ha dicho el abogado Selciano?

Bice (Casi llorando) Sí, lo he pagado, gracias (Toma el paquete que traía ernesto y emprende su salida , cuando llega a la puerta voltea hacia él que la mira) ¿Y usted? ¿Se queda?

Ludovico Yo no me puedo marchar. Ya te lo he dicho. Soy la consecuencia y no debo hacer nada para modificarla; soy el heredero.

Bice (Lo mira casi con lástima, después sale rápidamente. Pequeña pausa)

Adele (Entra mirando hacia el interior, sigue con los ojos a Bice que se aleja) ¿Qué le pasa? Está llorando, me ha dicho que se va para siempre.

Ludovico Sí, yo se lo aconsejé. Tenía que irse...

Adele Pero Próspero Segundo no. ¿Próspero Segundo se queda?

Ludovico Ciertamente, me quedo. (va al tocadiscos, vuelve a poner el disco de antes, se acerca a ella, saca del bolsillo un estuche y se lo ofrece)

Adele (abriéndolo descubre un broche de brillantes en forma de corazón) ¡Qué bello! La Tía Dorotea tenía uno casi igual. ¡Gracias, Ludovico! Eres tan gentil. Es un corazón.

Ludovico Tiene forma de corazón.

Adele (Halagada y con intenciín) Es un corazón. ( Guinda el broche al pecho)

Ludovico Pero de brillantes.

Adele lo toma de la mano y lo hala dulcemente hacia la habitación de él. Ludovico la detiene, haciéndole entender con un gesto que quiere recoger las cosas que había dejado sobre y junto a la mesa. Adele lo ayuda tomando el saco del traje, mientras él toma la maleta y tomados de la mano se introducen en la habitación y cierran la puerta.

Después de unos instantes entra por la izquierda Dorotea, bajo el hechizo de la música permanece escuchando abstraída. La puerta de la habitación de Ludovico se abre, aparece Adele; quiere llevarse la cajita olvidada sonre la mesa. Mira a la Tía y se detiene. Las dos mujeres se miran largamente. Adele se cruza de brazos en señal de desafío. Luego, habiendo comunicado a su tía el mensaje: “Próspero Primero era tuyo,éste es mío y no creo que tengas nada que añadir”. Toma la cajita y vuelve a meterse en la habitación de Ludovico cerrando tras de sí la puerta. Dorotea avanza un passo, como si quisiera seguirla pero, ya intuída la situación creada entre ellos dos, da media vuelta y recoge sus pasos mientras lentamente cae el TELÓN.