jueves, 5 de noviembre de 2009

LA GOLPISTA EN EL TEATRO NACIONAL


Ahora estamos presentando La Golpista, en el Teatro Nacional. La verdad, una empresa muy comprometida y dura. Ese escenario tiene ya más de cien años, fue encargado por Cipriano Castro a comienzo del siglo XX y está en plena restauración. Su dimensión, el concepto de lo que debe ser un espectáculo que reposa bajo sus plafones decorados, su lámpara de lágrimas, sus cabezotas trágica y cómica, es apabullante. Nunca imaginé que yo sería responsable, en parte, de un montaje de un !!!!monólogo!!!! tan despojado de artificio en un local que venero desde que lo visité por vez primera. Una vez hicimos una función o dos de una obra teatral para niños, allí, se trataba de Cuatro Farsas Maravillosas y Una Verdadera de Alfonso Zurro y Xiomara Moreno. Y recuerdo que su escenario está sensiblemente inclinado hacia el foso de la orquesta y que la escenografía, unos módulos con ruedas, se negaba a permanecer en su sitio, de manera que los actores compartían sus energías entre interpretar la multitud de sus personajes y correr tras los bastidores que huían desesperadamente hacia la boca del proscenio. Toda una experiencia.

Recuerdo obras rutilantes como La Tempestad de Shakespeare y Fuenteovejuna de Lope de Vega ambas producciones de la Compañía Nacional de Teatro dirigidas por Carlitos Giménez y una Lo que dejó la Tempestad de César Rengifo dirigida por Cabrujas para la Compañía, también; montajes afectados de enormidad en sentidos buenos y malos y que difícilmente volveremos a ver en las actuales condiciones del medio teatral venezolano. ¡Ah! y un montaje de Márquez Páez, ya ni me acuerdo, La Muerte de un Viajante de Arthur Miller con Marcelo Romo, Henry Zakka; Fernando Gómez, y una pléyade de actores de primera, estaba Carlos Márquez, ¿Berta Moncayo?, ¿me acuerdo?, una escenografía bellísima, y una iluminación extraordinaria.


Recuerdo a Lindsay Kemp, a dos compañías mexicanas, una que traía Los Enemigos, con Fernando Palomo y otra con un espectáculo caótico, pánico sobre unos castrati cuyo título huye de mi mente, y una obra de Costa Rica sobre los descendientes de Carlos V.


Recuerdo a Pina Bausch, a Peter Brook, a Norma Leandro en La señorita de Tacna, ...


Y ahí nos estamos presentando en estos días con La Golpista, en suelo sagrado y consagrado. Sudándolo, trabajándolo. Proyectándonos sobre ese espacio que es perfecto contenedor, aún en las actuales circunstancias. Sobrio, macizo, inspirador.


Quiero agradecer a la fortuna el haber trabajado por primera vez con el maestro David Blanco en la iluminación, a pesar de que nos conocemos de añales y a todos los trabajadores que cubren los requerimientos con pura generosidad, especialmente al director encargado y hombre purísimo de teatro, Luís Méndez.




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