martes, 26 de octubre de 2010

sobre los personajes άμαρτία ὕϐρις


άμαρτία ὕϐρις

A un personaje se le exige que tenga cierto relieve, cierta intensidad característica que le conceda interés como parte de un argumento y que por adición separe a esta individualidad, como ya se ha expresado, del fondo plano de la humanidad en general. Algo en su constitución ha de llamar la atención, incluso en el caso de retratar al más común de los personajes comunes, a un hombre cualquiera de todos los días. Lo que se propone uno contar es un caso excepcional, que si bien retrata la verdad general, brilla por antonomasia. Después de todo, dicta la regla, la cosa excepcional marcará al sujeto actante como ser único, excepcional. Y a su vez, sólo al sujeto excepcional le van a ocurrir cosas de impacto en la audiencia.

Por otro lado, la definición de situación dramática que conocemos favorece, además de las delimitaciones de tiempo y espacio, el establecimiento de relaciones lógicas entre personajes, un sistema de reglas que termina por describir el intríngulis que ha de dar movimiento a la situación inicial. Para esto, la técnica echa mano de una noción de desequilibrio; lo que se describe adolece de una estabilidad precaria, se puede percibir que está a punto de perder base y sufrir un envión, se va a desplazar porque lo que allí ocurre no se sostiene por sí sólo. La tensión traducida en atención del público consiste en permitirle a éste prever, predecir, hasta cierto punto las acciones subsiguientes, pero sobre todo sembrar incógnitas acerca del desenvolvimiento de los caracteres.

Para conseguir ese desequilibrio el dramaturgo contemporáneo concentra sus baterías en las condiciones paradójicas de existencia de los personajes; después de todo la existencia misma es una paradoja; la disolución de los esquemas sociales tradicionales que incluyen discriminación y dominación; la erotización y cosificación del mismo erotismo en las relaciones humanas; la condición humana contemplada ante el espejo de la crueldad; la revisualización del criterio de verdad que el discurso lógico había arrebatado a los marginales, a los locos, al lumpen,

Los dramaturgos griegos podían establecer su fuerza desequilibrante operativamente, es decir, alguna decisión tomada por un personaje de una obra desencadenaba en una tragedia, era un error trágico, era άμαρτία (hamartia); pero también había una propensión estructural en la descripción de un personaje hacia ese tipo de decisiones desafortunadas, era una especie de defecto de enormidad, exceso o desmesura que conduce al héroe trágico hacia un destino catastrófico, dolencia llamada ὕϐρις (hybris).

En una clase de actuación a la que asistí en una oportunidad, donde se contemplaba la creación de tetradimensional (cuadridimensional) de un personaje, la maestra exigía que el resultado, (el carácter que era suma de psicología, sociología, fisonomía y teatralidad) no fuera tan gris, tan chato, tan aburrido; creo que estaba exigiendo las características claves que dotaran a nuestra entelequia (el personaje) de un razonado desequilibrio, instrumentable en la trama, un rasgo desencajado capaz de motorizar las acciones que conforman una trama.

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