viernes, 31 de julio de 2009

DISCURSO DE ORDEN IMPRONUNCIABLE















Three dragoon head flowers
Estaba preparando un discurso como orador de orden en la celebración del Día Nacional del Teatro del año 2009, en Juan Griego, isla de Margarita, pero la pobreza me impidió asistir al acto. Algunas reflexiones me quedaron en el tintero y por supuesto no me animo a concluir el discurso. Queda como así


El teatro participa de una doble condición. Claro-oscuro. Tosco- sublime. Físico- Espiritual. Porque trabaja con el ser humano en su totalidad y no puede descuidar uno solo de sus aspectos conformativos. Voy a referirme a un panorama tenebroso sombrío, valiéndome de esa ambigüedad que es totalidad característica del teatro y así poder acercarme a paisajes más luminosos.

La preocupación del día es la celebración del día nacional del teatro. En las actuales circunstancias se nos propone la pregunta: ¿celebrar qué? Y ¿vale la pena semejante celebración? Valer la pena, es decir, atravesar una penalidad, un trabajo desgastante por un hecho, por un arte, que en sí mismo represente un valor.

Los hacedores de teatro en Venezuela hoy en día más que en ninguna otra fecha conformados como una secta subterránea ¿tienen algo que celebrar? En medio de una sociedad obsesionada por el manejo que se hace del poder, una sociedad obscenamente pronunciada sobre el afán del dinero, una sociedad crematística radicalmente comprometida con la actividad propagandístico, lo cual implica un permanente desafío de concientización o desconcientización de las clases que conviven dentro de ella, ¿puede el huerfanito que es el teatro celebrar su existencia?

El teatro en estos tiempos, lejos de aprovechar ese impresionante despliegue de polémicas, temas dignos de escenificación, los conflictos humanos más descarnados están sucediendo ante nuestros ojos, por Dios, se ha quedado mudo, lo han dejado mudo, se ha quedado manco. Falto de una parte, falta un componente, falta la audiencia, el espectador. No hay a quién dirigirse, no hay interlocutor, el público abandonó su butaca. El teatro es pura pérdida. De cinco décadas de existencia que podemos considerar como historial de vida, por lo menos tres décadas (el tiempo que me precio de estar metido en este mundo como trabajador y creador) el teatro venezolano ha estado predicando su crisis, su falta de apoyo, su condición de cenicienta, su lamentable infraestructura, su abandono por parte de los responsables de las políticas públicas. Siempre la cifra ha sido roja, nuestros balances de caja más optimistas nos han dado como resultado el epíteto de vigoroso, pero siempre en una situación marginal, de damnificado, una empresa al borde de la quiebra, si no, francamente en la ruina..

Desde la década de los cincuenta del siglo XX, fundado y refundado como ente de interés público, el arte dramático venezolano ha enarbolado la causa de la resistencia. El mensaje una y otra vez emitido siempre fue el de la razón de los más pobres. Claro, ¿abogaba por cuál otra cosa que no fuera por su misma esencia? El teatro que ha servido solamente como reafirmación de los valores de una clase, en este país, como en muchos de Latinoamérica, animaba las ideas de reivindicación social, de esperanza en el establecimiento de un sistema justo, libre y fraterno. Nada muy original pero sorprendente por su constancia. El contenido era casi exclusivo. Se explica que los refundadores, los pioneros, todos los maestros responsables de la forma que habría de obtener el teatro militaban de una u otra forma en el exilio, existencial todas las veces, políticos muchas de ellas. Nombraremos a Alberto de Paz y Mateos, por ejemplo, expatriado a raíz de la Guerra Civil Española, a Jesús Gómez Obregón, trashumante izquierdista mexicano, a la maestra Juana Sujo, perseguida por el peronismo de sus años. Coincide también el descubrimiento de una dramaturgia de post guerra, un trasfondo político y humano aferrado como una sanguijuela, medrando en los abatares de una famosa guerra fría planetaria.

El teatro del país supo mantener vivo ese espíritu de contestación, aún en las condiciones más adversas. Y no me atrevería a etiquetarlo de “teatro político”, en el sentido académico que se pretende darle al término, sino político en cuanto a teatro moral, valores que hagan consenso para permitir la supervivencia de la sociedad. Se trata más bien de un teatro que se regodea en la esperanza, por lo infinita y absolutamente bueno de la humanidad. Aboga por el único haber espiritual de esta comunidad venezolana, sumergido en batalla desigual contra medios publicitarios, la industria del entretenimiento y la vulgaridad consumista derivada de la riqueza fácil.


Ilustración propia. Las puertas de Nápoles


Ahora el teatro enfrenta otra ruina, la de no tener a quien dirigirse. El antes privilegiado oyente dispuesto a prestar atención, ora trepado en el poder, ora acérrimamente peleado con él, ambas posiciones hormonalmente opuestas, se niega a conceder un espacio para la expresión de la esperanza. El teatro termina doblemente explotado y sus hacedores apartados a un lado. Los contenidos humanistas, reivindicativos son secuestrados por parte del populismo; la formalidad sofisticada, el saber hacer, la competencia, y su correspondiente promoción de los oficiantes, resultado de arduas décadas de formación e investigación, ahora se privatiza y un sector comercialista pretende medrar de él. Los edificios teatrales, lamentablemente exigua infraestructura sobreviviente, desaparecen. La razón mercantil propone un nuevo diseño para el espacio de representación y explotación: la sala impersonal, inanimada, escasamente versátil, estérilmente sombría y restrictiva, incómoda, un espacio arisco que asfixia la creatividad.

Por otro lado, el poder público insiste en confinar al teatro de arte a las catacumbas y reemplazar nuestro siempre precario boato con la descascarada ampulosidad de las caravanas, del artesanal circo rijoso, o al contrario con la vulgaridad elemental de los actos culturales para el culto a la personalidad malentendida como histórica del héroe impuesto, o de la efeméride de turno. La profesionalización de tu arte y su correspondiente expresión promocional en concreto, el premio, el reconocimiento, el apoyo, ahora dependen al igual que en los peores momentos del pasado, del criterio y la decisión personalista de un funcionario o un gerente inescrupuloso.

Tengo una pregunta y la respuesta no termina de llegar. ¿Cómo le haremos para resistir? ¿Para re existir? ¿Para sobre o super vivir?

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